sábado, 6 de septiembre de 2008

¿Eran viejas las antinomias?Algunas notas breves sobre la situación argentina

Es un lugar común escuchar a ciertos sectores opositores encender las alarmas ante los "usos del pasado" realizados por el gobierno, los "anacronismos" propios de lecturas "maniqueas", que "reflotan enfrentamientos inexistentes", y cosas por el estilo. Sin lugar a dudas, algo de todo esto sucede, y supongo que no hace falta que lo indique.Pero no dejó de sorprenderme, inicialmente, la reacción de sectores de las patronales agrarias cuando, en el día de ayer, se anunció la cancelación de la deuda que, en estado de default, el gobierno argentino mantiene desde 2001 con el Club de París. Principalmente, porque en un momento donde llueven las sospechas sobre la solvencia del Estado nacional, sospechas que han derivado en varias y sucesivas corridas especulativas contra los títulos de la deuda pública, la medida, tal vez con alguna torpeza de implementación, recibió calurosos aplausos en la City porteña y en las Cámaras de empresarios industriales.Desde la Federación Agraria, en cambio, escuché de modo reiterado, casi como un latiguillo, frases como ésta: "la gente que estaba de pie apludiendo ayer en Casa Rosada fueron los que aplaudieron el default de Rodríguez Saá en el 2001".
Vamos por partes. En primer lugar, en ese momento, aunque no era para celebrarlo, la Argentina de hecho se hallaba en default. Es decir, Rodríguez Saá no decretó nada, simplemente sinceró, como gustan decir los analistas de La Nación, la cruda y dura realidad financiera del país. En segundo lugar, en la crítica late la obviedad de que el tono celebratorio sobre el default fue un error, y que en general, el default es un hecho que debe lamentarse.Sin embargo, los que tenemos un poco de memoria sabemos que quienes decían esto también estuvieron aquella tarde de diciembre en el Congreso Nacional. Les preocupaba sobremanera el futuro de los créditos hipotecarios en el Banco Nación, que pesaban como una espada de Damocles sobre las espaldas de 200.000 pequeños y medianos propietarios rurales. Fueron largas noches de lobby las que decantaron en la ley de emergencia económica, que decretó, con aplausos de los sectores exportadores, el fin de la convertibilidad y la pesificación asimétrica de las deudas y los valores económicos. Fue en esos días cuando, desde el Banco Nación, se tomaron las primeras medidas que permitirían a cientos de miles de pequeños y medianos propietarios licuar sus deudas y valorizar sus activos, recuperando capitales que el mercado, ciertamente, estaba lejos de asignarles.También recuerdo cuando, en una medida igualmente polémica, Néstor Kirchner anunciaba al país el pago total de la deuda con el Fondo Monetario Internacional. Entre los asistentes, como le ha sido recordado, estaba el propio Eduardo Buzzi, que por entonces sonaba como Secretario de Agricultura.Mucha agua debe haber pasado bajo el puente para que hoy, unos años después, sean esos mismos sectores los enemigos acérrimos de la intervención estatal en los mercados -esto es, de la intervención favorable a otros sectores, porque a la hora de pedir subsidios utilizan todos los medios a su disposición para presentarse como el corazón de la patria y los justos merecedores de todo tipo de salvataje-.
El gobierno les ha respondido, de modo ineficaz si juzgamos el resultado de los conflictos recientes, que son los sectores rurales, precisamente, los más beneficiados por el régimen de acumulación vigente. Se trata de una verdad a medias. Indudablemente, la posibilidad de exportar materias primas, y en especial soja, ha expandido en gran medida la rentabilidad de estos sectores, tradicionales beneficiarios de las ventajas comparativas de la región pampeana para producir alimentos con destino externo. Pero parte de esas ganancias ha sido capturada, vía retenciones y derechos de exportación, por el Estado, con el doble propósito de:a) disociar los precios externos de los internacionales.b) incentivar la reconversión del aparato productivo.Este último objetivo es sin lugar a dudas uno de los factores que ha permitido y explicado las altísimas tasas de crecimiento de la economía en general y de la industria en particular, proceso en el cual la contribución del campo, como ha demostrado Julio Sevares, ha sido, como mínimo, moderada. Diversos estudios han comprobado, en efecto, que la participación de las exportaciones agropecuarias en el PBI, en la generación de empleo, en la balanza comercial, etc., ha sido largamente sobreestimada.No se trata, por supuesto, de negar el papel de la economía agropecuaria en el desenvolvimiento del país, y especialmente de las provincias: simplemente, tratamos de colocarla en el lugar que merece ocupar.Ahora bien, con respecto al rechazo generalizado y altisonante de la Federación Agraria al pago anticipado de parte de la deuda pública en default, lo más llamativo es que sus dirigentes no hayan tomado en cuenta que quienes festejaban la medida no eran sino sus pares en el proceso económico: los representantes de la UIA, de los bancos, de Fedecámaras, de la CGT, etc. Es decir: no sólo se han posicionado en una actitud políticamente opositora, sino que han confrontado, implícita y explícitamente, con los representantes de casi todo el resto de la economía: empresarios, trabajadores, banqueros y comerciantes.¿Cómo explicar esta intransigencia?Creo que existen dos grandes alternativas.Por la primera, asumimos que estos sectores, manteniendo su actitud tradicional de presión corporativa, han decidido presionar políticamente al gobierno hasta que ceda a sus exigencias en materia de exportaciones, subsidios, precios internos, etc.
Complementariamente, es sabido que algunos dirigentes de primera y segunda línea de la Federación Agraria se preparan para competir por bancas electorales en diferentes fuerzas durante el año 2009.Pero también es posible hallar, en el fondo de este cuestionamiento, un nuevo rechazo del modelo económico, y en especial, la voluntad de no compartir sus réditos con otros sectores que, como el industrial, son esenciales como mecanismo de desarrollo e integración productiva.
Llevado a un extremo, diríamos que reaparece en estos días la vieja conflictividad entre los propietarios rurales y los industriales, una rivalidad que se remonta, por lo menos, a los años treinta del siglo pasado.Se me podría objetar que, en verdad, jamás existió una "burguesía industrial" nacional, genuinamente diferenciada de los intereses del capital extranjero. Y sería cierto, con el agregado de que lo mismo vale para los sectores agroexportadores, sumamente dependientes de tres o cuatro multinacionales, como Monsanto, que controlan el grueso del proceso productivo y de innovación tecnológica.Se me podría objetar que, en realidad, nunca hubo una absoluta separación entre los intereses de los terratenientes y de los industriales, dado que sus orígenes, históricos, económicos y familiares, son los mismos. Y de nuevo, esta tesis, perteneciente a Jorfe Sábato y Jorge Schvarzer, cuenta con asidero. Salvo por el detalle de que sus autores la idearon para explicar el comportamiento de los grandes industriales y / o propietarios de tierras, y que la FAA representa, en todo caso, el eslabón más débil de esa cadena. Un eslabón que no se beneficia del acceso al crédito internacional, porque le resulta más conveniente pagar las bajísimas tasas de interés de la banca pública.
En resumen, puede tratarse de una reacción política sobredeterminada por una coyuntura de polarización y disputas sociales intensas, o podemos estar asistiendo a una nueva demostración de fuerza del bloque de poder agrario, refractario a una profundización de modelos industriales, anclado en la nostalgia del "granero del mundo", paraíso perdido de una arcana derecha conservadora, derecha que, nuevamente, muestra el colmillo.

Ezequiel Meler

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