domingo, 7 de septiembre de 2008

16 de septiembre de 1955, cronica del dia que el pais se partió en dos.


El 23 de setiembre de 1955 un DC-3 arribó al aeropuerto militar de la Capital Federal. Cuando se abrió la escotilla, bajó lentamente y con una sonrisa en la boca el general Eduardo Lonardi. A unos pocos kilómetros de allí lo esperaba su flamante función: la presidencia de la Nación. Días atrás, había derrocado al gobierno constitucional de Juan domingo Perón y se dirigía a la Casa Rosada, donde este hombre que provenía del nacionalismo católico enunciaría una doctrina tan célebre como efímera: "En la Argentina de hoy no habrá vencedores ni vencidos". Pero, desgraciadamente, no fue así. La coalición golpista se reconoció a sí misma como la "Revolución Libertadora", llamada a "rescatar" a la sociedad de un gobierno que, si bien se había encriptado en una lógica autoritaria, nunca había perdido su legitimidad democrática. Y, después del breve gobierno de 50 días de Lonardi, asumió el poder el jefe del Estado Mayor del Ejército, Pedro Eugenio Aramburu, quien gracias a su manifiesto antiperonismo profundizó la fractura de la sociedad entre los partidarios y detractores del justicialismo. Las primeras medidas de su gobierno fueron: la proscripción del peronismo, la intervención de la CGT, el pase a retiro de los militares que habían participado del gobierno peronista, se secuestró el cadáver de Eva Perón y se llegó a la irrisoria decisión de prohibir los símbolos justicialistas y hasta el nombre de Perón, que debió ser reemplazado por el de "el Tirano Prófugo".

Antiperonismo y resistencia

Después de setiembre, se produjeron 18 años de interrupciones institucionales y de gobiernos democráticos tutelados por el partido militar-liberal, fuertemente antiperonista. Además, el proceso de industrialización se vio minado por las insistentes presiones del sector agropecuario y sus economistas ortodoxos, se produjo una retracción en la participación de los trabajadores en la distribución del ingreso y el sistema político sufrió un proceso de crispación en espiral que fue una de las principales causas de la violencia política de los 70.La historia del golpe de setiembre comenzó, en realidad, el 16 de junio. Ese fue el principio del fin del gobierno peronista. Esa mañana gris, decenas de aviones de la Marina bombardearon la Plaza de Mayo con la expresa intención de matar a Perón. No lo lograron. Sin embargo, en la plaza quedaron 350 muertos y más de dos mil heridos en los hospitales cercanos. Esa noche, las iglesias fueron saqueadas e incendiadas y el gobierno peronista ingresó en un espasmódico proceso de incitar a la violencia –el célebre discurso del "cinco por uno" hasta el aumento de la persecución política y las sesiones de tortura que, en algunos casos como el del médico y militante comunista Juan Ingalinella, concluyó en asesinato– y por otros momentos llamar a la pacificación nacional y restablecer los derechos civiles como la libertad de expresión.El 16 de septiembre, finalmente, Lonardi ingresó clandestinamente en la Escuela de Artillería de Córdoba. Y de oficial retirado –sin mando de tropa– se convierte en el líder de un golpe de Estado triunfante. La primera orden que dio a los conjurados fue lacónica: "Actuar con la máxima brutalidad posible". Su primer objetivo fue capturar la Escuela de infantería, cumplido tras más de ocho horas de combate. En Curuzú Cuatiá, Aramburu también encabezó la sublevación rebelde pero fue rápidamente controlado por las fuerzas leales. Simultáneamente, la Marina intentó tomar la ciudad de La Plata, pero la aeronáutica logró alejar a los buques de la costa.Hacia el 18 de setiembre la sublevación estaba controlada. El general Lucero, a cargo de la defensa del gobierno, envió una fuerza de ataque sobre los rebeldes de Córdoba que triplicaba a los amotinados. Pero un día después, las cosas iban a dar un giro inesperado. La orden de avanzar sobre la Escuela de Artillería nunca saldría de Buenos Aires y a las 12.45, Lucero, con voz temblorosa, leyó una carta de Perón que simulaba una renuncia. ¿Por qué Perón había cambiado su decisión de combatir? Nunca se sabrá a ciencia cierta. Pero la mayoría de los historiadores coinciden en que hubo dos factores clave: el hastío del presidente y la amenaza por parte del contralmirante Isaac Francisco Rojas de bombardear las refinerías de petróleo situadas en las afueras de La Plata. La advertencia iba en serio y, como prueba, un buque atacó las refinerías de Mar del Plata. Perón no dudó y entregó su renuncia a una junta de 17 militares encargados de la transición.La renunciaFinalmente, el 20 de setiembre, la Junta aceptó la renuncia y se mantuvo en el poder hasta el 23. Perón, el mismo día de su dimisión buscó asilo en la embajada de Paraguay, donde se lo trasladó a una cañonera de ese país, que era reparada en el puerto de Buenos Aires. Poco después viajó en un hidroavión rumbo a su exilio de 18 años, cuya primera escala fue la ciudad de Asunción dominada por el general Alfredo Stroessner.

La pregunta que sobrevuela la crónica es uno de los grandes interrogantes de la historia reciente: ¿Por qué renunció Perón si ya estaba casi derrotada la sublevación? Los historiadores discuten sobre las respuestas.

Mientras algunos sostienen que en realidad el gobierno peronista ya estaba agotado por dentro y había perdido su base de sustentación –ya no lo acompañaba la siempre difusa "burguesía nacional" ni la Iglesia ni los sectores nacional-católicos de las Fuerzas Armadas–, otros aseguran que el por entonces presidente renunció porque no quería repetir la experiencia de la Guerra Civil española, un tercer grupo de historiadores, más audaces aún, sugiere que Perón renunció ante la falta de un nuevo 17 de octubre con las masas en la calle que lo defendieran. Lo cierto es que fue el propio Perón quien desautorizó las milicias populares que organizaba Armando Cabo en el sur del Gran Buenos Aires.Pero más allá de los hechos puntuales de esos días, hoy es importante revisar aquellos acontecimientos para, utilizando la excusa del calendario, poder comprender el presente.

Y las preguntas obligadas, entonces, son las siguientes: ¿Qué significó el golpe de Estado de 1955 y cuáles fueron las consecuencias que trajo para el país? ¿Fue la causa directa de la violencia de los años 70? ¿Fue la madre de las dictaduras que después sobrevendrían? ¿Significó un cambio de modelo económico? ¿Fue el principio o el fin de una Argentina que se debatía por un lugar de autonomía en un mundo que marchaba hacia la globalización de la economía bajo el dominio estadounidense? Responder estas preguntas, obviamente, ayudará a repensar el país, a evitar que se repitan los mismos errores y, sobre todo, a diagramar las posibilidades hacia el futuro.
HERNAN BRIENZA


SE INTERRUMPIÓ UN PROCESO DE LIBERACIÓN NACIONAL

Norberto Galasso es uno de los intelectuales de esa corriente de ideas no académicas que se conoce como "pensamiento nacional". Autor de una flamante y monumental biografía de Juan Domingo Perón, que consta de dos tomos, dialogó con Acción sobre las implicancias que tuvo el golpe militar de septiembre.–¿Qué significó la autodenominada Revolución Libertadora?–El golpe de Estado de setiembre del 55 significó la interrupción de un proceso de liberación nacional que, si bien tenía contradicciones, mostraba cierta independencia respecto de Gran Bretaña y de los organismos de crédito internacionales como el FMI, por ejemplo. La experiencia del gobierno peronista marcó un perfil de crecimiento autónomo y de una interesante distribución del ingreso. Durante esta época la clase trabajadora aumentó un 15 por ciento en la distribución. Hoy eso sería visto como una revolución social.–¿Por qué cae el gobierno peronista?– La derrota no es producto de la muerte de Evita, como piensan muchos, ni de la cobardía de Perón. Cierta parte de su base de sustentación queda en crisis. La Iglesia, por ejemplo, quería armar su propio partido, los empresarios, marcaron sus diferencias en el Congreso de la Productividad de 1954 y los militares, que venían del nacionalismo católico, sintieron socavada su adhesión al gobierno por las campañas moralistas contra la UES y los contratos petroleros. También se da un proceso de creciente soledad del líder y de mayor burocratización del gobierno. Pero el único sector que lo acompaña son los trabajadores. –¿Cuáles son las características principales de los golpistas?–Bueno, no es otra cosa que un golpe de clase. La oligarquía, con los Kieger Vasena, los Alsogaray, los Bunge quiere alzarse con el poder y los domina un odio de clase. –¿Qué consecuencias inmediatas trajo para el país el derrocamiento de Perón?–El desmontaje del control económico del Estado a través del IAPI, la desnacionalización de los depósitos bancarios, la adscripción al Club de París y al FMI. Se produjo un crecimiento de la deuda externa y la dependencia de los organismos internacionales. Los trabajadores pierden en el reparto del ingreso, se intervienen los sindicatos, se secuestra el cadáver de Evita, se proscribe a Perón y comienza un largo proceso de democracia restringida.–¿El golpe es el punto de partida para la violencia de los 70?–La violencia recorre toda la historia argentina. Claro que el 16 de junio se caracteriza por la mortandad tremenda en dos horas. Pero los 70 también son hijos de los fusilamientos del general Juan José Valle en el 56 y obviamente, ya durante la dictadura militar del 76, de la decisión de liquidar un proceso de liberación nacional.


EL GOBIERNO PERONISTA

El peronista era un gobierno debilitado por una oposición creciente, reforzada por la Iglesia y otros sectores que inicialmente lo habían respaldado, que sufría el anquilosamiento de sus estructuras de apoyo, en manos de una dirigencia en la que la obsecuencia se había convertido en requisito principal. No había menguado en cambio su respaldo popular, que se expresaba en cada elección y en las movilizaciones callejeras convocadas por el gobierno. Fue en esas circunstancias que se produjo el alzamiento del 16 de setiembre de 1955.El presidente seguía acosado por la contradicción que arrastraba desde sus comienzos: la de una orientación signada por la vocación de orden, colaboración entre clases y unidad nacional, que tenía a los trabajadores como su pilar insustituible. John William Cooke observaría con agudeza que aquel gobierno se hallaba circunscrito a un programa burgués, pero sin burguesía que lo apoyara. Los rebeldes contaban con el casi unánime respaldo de la Armada, y con importantes fuerzas del Ejército, en el que no escaseaban además los dispuestos a plegarse con rapidez al que se perfilase como vencedor. Militares adeptos al gobierno se hallaban prestos a proseguir la lucha, mientras civiles peronistas se armaban, también listos para marchar contra los insurrectos. Fue en esa situación que el presidente emitió una carta que apuntaba a una solución negociada del conflicto, dejándola en manos de los militares, que hasta podía ser interpretada como una dimisión. De allí a la virtual rendición mediaron pocos pasos y el 23 de setiembre el general Lonardi asumía el gobierno, mientras Perón tomaba el rumbo del exilio.Quedaba claro que el gobierno peronista no deseaba arrostrar los peligros de una confrontación abierta. "Evitar el derramamiento de sangre" era el pretexto disponible. Pero gravitaba la certeza de que en un enfrentamiento de ese tipo, tanto la idea de "comunidad organizada" como la férrea conducción desde arriba que Perón ejercía, quedarían heridas de muerte. Armar a los trabajadores no era difícil, lo más arduo era lograr luego que devolvieran las armas y tornaran a la obediencia a los empresarios.Caído Perón, coexistieron el alborozo y la consternación. El establishment tendió a participar activamente en el nuevo orden de cosas, instaurado en nombre de las libertades públicas y el estado de derecho, pero manifiesto a poco andar como dictadura orientada en gran medida a re-disciplinar a los obreros en particular y a los pobres en general. La llamada "clase media" tendió asimismo al apoyo a la "Libertadora" en una combinación de actitudes en las que se mezclaban la ira contra el espíritu autoritario y el mediocre adoctrinamiento impulsado por el estado peronista, con el deseo, no siempre confeso, de que el pobrerío fuera "puesto en su lugar". Los "descamisados", en cambio, no tardaron en convertir el "retorno" en un ideal colectivo, mientras los sectores más activos en su seno resistían activamente al avasallamiento de los sindicatos y la persecución política. Sufrirían la cárcel y la tortura, en compañía de socialistas de izquierda, comunistas y trotskistas, que no aceptaron convertir su oposición al peronismo en complicidad con la "Libertadora". Mientras tanto, la reforma constitucional de 1949 fue abrogada por decreto y se produjeron fusilamientos de opositores por el "delito" de rebelarse contra los golpistas. A modo de respuesta, huelgas, sabotajes, bombas y publicaciones clandestinas inauguraron el capítulo que pasaría a llamarse la "resistencia peronista". La lección debió resultar clara: La "violencia entre hermanos" que la capitulación procuró evitar, se produjo igualmente, con un Estado y unas fuerzas armadas volcados, con más claridad que nunca antes, a la defensa de una clase, aun a costa de disparar contra el pueblo. No sería, por desgracia, la última vez.


DANIEL CAMPIONE

fuente: accion digital

AR

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