lunes, 29 de septiembre de 2008

LA UNIVERSIDAD POPULAR

La universidad, así como el país, funciona y se rige por un sistema político .la democracia burguesa le sirve al capitalismo dependiente y al imperialismo, como la falsa democracia de la universidad a su destrucción.
“La izquierda universitaria” parece estar conforme con tener en potencia, asegurada la repartija de dos o tres secretarias menores, de cuya actividad nadie se entera hasta la siguiente elección.
Por suerte en ninguno de los dos casos el sistema político de este sistema decadente logra contener la bronca, de los que lo enfrentamos, los trabajadores y los desocupados de todo el país tienen que cortar las rutas para poder sobrevivir, como los estudiantes luchar contra quien sea para poder estudiar.
Para esto los estudiantes deben dotarse de las herramientas políticas necesarias, como centros de estudiantes combativos, que no actúe como sucursal de un partido en la facultad, que se plantee como sus problemas principales, el estudiante y la nación que contiene a este, que trabaje para juntar a los que quieren luchar de verdad en defensa de la educación publica y por una universidad al servicio del pueblo. Cuando se dice universidad publica no se refiere al estado actual de la misma, si no de defenderla de los ataques de los grupos monopólicos ya sea de dinero como también de clase, que quieren convertirla en un supermercado del conocimiento con mano de obra barata y hecha a la medida de sus intereses, o aquellos que la usurpan como único reducto de poder. Pero a esta universidad publica hay que defenderla hoy, para poder revolucionarla mañana, porque una universidad al servicio del pueblo, solo, será posible en el marco de una revolución popular que destruya desde sus cimientos este criminal sistema explotador y sus planes funcionales de educación. Para ello es necesario mostrarle al pueblo que la universidad y el conocimiento pueden servirles, ya que nadie defiende algo que no conoce o no le sirve. Tenemos que replantearnos como superamos el mero asistencialismo alimentario, y como encontrar la trinchera que nos una al pueblo trabajador y hacer de su lucha, la nuestra, y saber reconocer que estamos ante un mismo enemigo, que es el mismo que nos quiere expulsar a nosotros y a ellos le coarta la posibilidad de acceder.
La unidad obrero –estudiantil no es solo pintar un cartelito en solidaridad con un conflicto gremial, es además poner nuestras dos arma fundamentales, la fuerza y el conocimiento al servicio de la lucha popular, que es nuestra lucha.

sábado, 20 de septiembre de 2008

Ricardo Carpani



Ricardo Carpani nace en la provincia de Buenos Aires, en la localidad de Tigre, el 11 de febrero de 1930. Desciende, como tantos otros argentinos, de inmigrantes de la comunidad piamontesa y francesa que arriban al país en la segunda mitad del siglo XIX. Su infancia transcurrió en Capilla del Señor, provincia de Buenos Aires. Para 1936 su familia se trasladó a Buenos Aires, donde terminó sus estudios secundarios en el colegio Rivadavia. Comenzó los estudios de abogacía que, a poco de andar, abandona para partir a París. Con 20 años, en la Ciudad de las Luces, se gana la vida como modelo en la Academia de Artes de la Grande Chaumiere. En París comienza a dibujar y pintar y conoce, entre otros a Kenneth Kemble, Leopoldo Presas y Damián Bayon. En 1952 regresa a Buenos Aires y comienza sus estudios en el taller del maestro Emilio Pettorutti. Según Rafael Squirru, así pasará "un año de formación que lo marcó para el resto de su existencia". En 1957 expone por primera vez en la Asociación Estímulo de Bellas Artes. Realiza murales en la galería Huemul, el de "Mosona con YPF” y diversas muestras. Junto con otros artistas fundan el movimiento "Espartaco". Su inquietud por lo social y su compromiso con las clases populares, se reflejan en una obra donde predominan el tema de los desocupados, de los trabajadores, de los humildes además de un arte que defiende lo nacional. En esta etapa se hallan obras como "Huelga", de 1958; un mural de 1961 para el Sindicato Obreros de la Alimentación que se llama "Trabajo. Solidaridad. Lucha"; "Conciencia", de 1974. Sus figuras son fuertes y sólidas y parecen "recortadas en piedras". En sus composiciones predominan la figura de hombres decididos, firmes. Un tema que desarrollará en esta línea será la ilustración del Martín Fierro, el poema épico por excelencia de la Argentina, un alegato por la causa del gaucho. En la década del 70 se radica en Madrid, donde lleva a cabo una intensa actividad plástica y recorre Europa, Estados Unidos y Cuba, México y Ecuador. Su artista más admirado, Miguel Angel, se refleja en su vocación por la forma del cuerpo humano. Un cuerpo con contextura fuerte, musculoso, centro de la imagen. Sus manos trabajadas y sus rostros dialogarán en expresión depotencia. La serie "Amantes" mostrará la conjunción de la pareja humana en abrazos sólidos, sensuales y envolventes. Con la reinstauración de la democracia en Argentina, Carpani vuelve a su país en 1984. Desarrolla una serie de retratos como los de Julio Cortázar, Rafael Alberto y Roberto Arlt. Comienza una serie de composiciones de la selva porteña donde se unen el arrabal, el tango y los cafés con el abundante paisaje tropical, con su vegetación y fieras salvajes. También desarrolla una serie de obras con el tema del Tango, algunas de las cuales serán parte de paneles del Show Tango Pasión, que recorrerá Europa. Expone, pinta y enseña en Argentina y viaja por el mundo. Muere en Buenos Aires en 1997. Es uno de los grandes artistas plásticos de Argentina de toda su historia.

ORTEGA PEÑA, EL DIPUTADO REBELDE


La imagen de la fotografía es siempre la de un hombre con la inteligencia despierta, una inteligencia cazadora, acechante de nuevas realidades y situaciones, para absorberlas, digerirlas y domarlas con una respuesta que le diera la capacidad de transformarlas. La calva reluciente y prematura, los anteojos de armazón gruesa y una barba candado, saco y corbata de abogado y a veces un cigarrillo que le quema los dedos. Es la imagen de Rodolfo Ortega Peña, sus últimas fotografías, abogado, diputado, 38 años. Hace 30 años, la Triple A del ministro José López Rega lo fusiló con ocho balazos en la cabeza, uno en el brazo y varios más en el cuerpo.
Para muchos será injustamente recordado por esa imagen que quedó en los archivos y por haber sido la primera víctima de la Alianza Anticomunista Argentina (AAA) que comenzaba a operar abiertamente un mes después de la muerte de Perón. La ráfaga de ametralladora que lo abatió en Carlos Pellegrini y Arenales, a las cuatro de la tarde del 31 de julio de 1974, imponía su propia lógica también para el recuerdo. Y abría la puerta a la espiral de crímenes y atentados que empujaba indefectiblemente hacia el golpe militar del 24 de marzo de 1976.
Injustamente para el recuerdo porque esa forma de morir no estaba en su elección de vida, aunque todas sus elecciones en esa época podían llevar a ese final. Ortega Peña, el diputado del bloque unipersonal De Base, había sido amenazado varias veces, estaba en una lista que había hecho pública la Triple A, que a partir de ese primer asesinato se fue cumpliendo inexorablemente. La muerte de Perón había desequilibrado el juego político, había creado un vacío que sería ocupado ahora por una atropellada de los peores grupos enquistados en el esquema de poder que dejaba. Y para los que Ortega Peña era un blanco estratégico, por eso lo eligieron para empezar la lista.
Sin integrar en forma orgánica ninguna de las organizaciones armadas o no del peronismo revolucionario e incluso de la izquierda, Ortega Peña era respetado por todas. En muchos casos, había sido defensor de algunos de sus dirigentes, con todas había polemizado, había planteado acuerdos y diferencias en un momento en el que esa actitud despertaba la irritación de organizaciones más acostumbradas a que el compromiso ideológico tuviera su correlato en una adscripción vertical y menos discutidora.
La historia de su vida es coherente con esa imagen que quedó en los archivos, el hombre de mirada lúcida que reflejaba una inteligencia innovadora con la capacidad de ver más allá de los discursos instalados incluso en la izquierda. En los años ‘60 había sido asesor legal de los sindicatos más poderosos, entre ellos la UOM, había hecho una reivindicación de los caudillos montoneros en la historia y en 1964 había publicado Felipe Vallese, proceso al sistema, una durísima denuncia por el asesinato del militante peronista a manos de la policía.
No era un bagaje tradicional para el pensamiento de una izquierda que más bien era refractaria al peronismo y al revisionismo histórico en los que, así combinados, creía ver reflejos amenazantes de fascismo. Una época en la que esa visión de la izquierda determinaba que los primeros grupos del peronismo revolucionario encontraran más afinidad con las corrientes nacionalistas. Sin embargo, la nueva visión del peronismo y de la historia serían vertientes importantes del pensamiento de la nueva izquierda que crecería desde el ‘66 en adelante y en especial durante los años ‘70.
El actual secretario de Derechos Humanos, Eduardo Luis Duhalde, que fue socio profesional y amigo de Ortega Peña lo recuerda en sus épocas de estudiante: “Recibido de abogado a los 20 años, haciendo al mismo tiempo la carrera de filosofía, estudiando luego ciencias económicas; polemizando con Julián Marías sobre la ontología de Unamuno; con Carlos Cossio sobre la teoría ontológica del derecho, con Tulio Halperín Donghi sobre la significación del Facundo; con Marechal y Sabato sobre la estructura de la novela; con Córdova Iturburu sobre las pinturas rupestres de Cerro Colorado, pocos casos debe haber en nuestro país de un intelectual con tanta capacidad y actividad interdisciplinaria. Al mismo tiempo con tan poco interés en dedicar su vida prioritariamente a cualquiera de esas disciplinas, pese a haber sido hasta el fin un ávido y obsesivo lector de todas ellas, en castellano, inglés, francés, alemán, italiano, portugués, latín y griego”.
Todos los trabajos periodísticos y ensayos llevan la firma de los dos socios, desde prólogos a escritos de John William Cooke, hasta Facundo y la Montonera o La Baring Brothers y la historia política argentina donde denunciaban a Bernardino Rivadavia, el primer presidente, icono de la historiografía liberal. Duhalde lo ha definido como “peronista visceral y gramsciano convencido” en una mezcla que bajo la apariencia de complejidad esconde la verdadera sencillez frente a la dificultad que tienen los dogmas para adaptarse a una realidad concreta.
Es probable que esa decisión de poner la inteligencia al servicio de un proceso de transformación de la realidad, y no al revés, donde los dogmas se esfuerzan por adaptar la realidad a sus vericuetos y terminan siendo puros pero inofensivos, haya sido uno de sus aportes más importantes y el que lo trasciende con más fuerza. En una situación como la actual de profundos cambios en el mundo y en el país, que ponen a prueba los esquemas tradicionales, esa actitud de Ortega Peña aparece como exigencia y como ejemplo vigente.
Con la llegada de la dictadura tras el golpe de 1966, Ortega Peña se convirtió en un activo defensor de presos políticos, colaboró en la organización de las comisiones de familiares de presos y denunció las violaciones a los derechos humanos poniendo en riesgo su propia vida. Desde el punto de vista profesional ensayó todos los caminos de una práctica social de la abogacía. Abrió punta en temas que comenzaban a tomar relevancia como la defensa de los derechos humanos y entendió con gran agudeza la proyección política del escenario jurídico. Y al mismo tiempo intervenía en la polémica y la discusión política a través de sus escritos periodísticos y finalmente en las páginas de la revista Militancia que dirigía.
Al asumir como diputado nacional juró con la consigna de las organizaciones revolucionarias: “La sangre derramada jamás será negociada” y se separó del bloque justicialista para conformar un bloque unipersonal. Tras la muerte de Perón y el recrudecimiento de las amenazas, un grupo de amigos le planteó la posibilidad de que renunciara y viajara al exterior. Ortega Peña se negó y rechazó también que le pusieran custodia. El 31 de julio, cuando descendía de un taxi, tras almorzar con su mujer, Helena Villagra, tres hombres que lo seguían en un Fairlane verde lo acribillaron a balazos. Fue velado en la Federación Gráfica Bonaerense y miles de personas acompañaron el féretro hasta la Chacarita, donde fueron reprimidos por la policía. El crimen había sido certero, la democracia se achicaba, el Parlamento no tenía espacio para la voz de Ortega Peña.


Luís Bruschtein- Ratacruel.galeon.com

miércoles, 17 de septiembre de 2008

Eran compañeros

Cada 16 de septiembre volvemos a formularnos las mismas preguntas. ¿Cómo explicamos la Noche de los Lápices? ¿Cuál es su significado histórico?
Con la recuperación de la democracia los argentinos iniciamos la búsqueda de la verdad. Aún parcialmente, la conseguimos: pudimos saber, juntar los pedacitos dispersos e hilvanar un relato que dio cuenta de los oscuros años de terrorismo de Estado. Ese saber, no obstante, no fue la base de la memoria ni de la Justicia.
La memoria fue edulcorada y diluida porque se impuso la teoría de los dos demonios. Así fue que se construyó en el imaginario que los chicos de la Noche de los Lápices fueron víctimas de la sinrazón por el mero hecho de haberse movilizado en reclamo de un boleto estudiantil. Se enfatizó la candidez de los chicos para desdibujar su compromiso con un proyecto político de profundo sentido emancipatorio.
La Justicia no logró afirmarse porque sobrevinieron las leyes de impunidad. Esa claudicación signaría el destino de una democracia mutilada que quedó claramente encorsetada en los límites estrechos de una formalidad republicana disociada de los valores sustantivos de igualdad, integración y justicia.
En aquellos tiempos de desencanto, el recuerdo de cada 16 de septiembre era desde la bronca de la esperanza escamoteada, desde el dolor de la justicia segada.
Hoy vivimos otra etapa. La Justicia está en marcha y los genocidas vuelven a la cárcel. Surge entonces la pregunta: ¿cómo ejercer la memoria?, ¿cómo evocar la Noche de los Lápices y el recuerdo de esos seis compañeros que ya no están?
La memoria es un permanente ejercicio de reflexión sobre el presente a partir de la búsqueda de racionalidad y sentido al devenir histórico. No se trata de mirar hacia atrás para quedar convertidos en estatuas de sal. Se trata de comprender nuestro destino como una construcción colectiva que atañe a generaciones sucesivas unidas por un fuerte lazo de identidad y pertenencia común.
Así es que hoy podemos rescatar la memoria de Claudio de Acha, María Claudia Falcone, Horacio Ungaro, Daniel Racero, María Clara Ciocchini y Francisco López Muntaner. Lo queremos hacer a partir de la clara restitución del sentido histórico de su lucha y de su militancia
Estos chicos y chicas eran peronistas y militaban en la UES. Trabajaban en el movimiento estudiantil. Querían mucho más que un boleto. Tenían sueños, esperanzas, convicciones. Eran parte de un proyecto político. Eran parte de aquella juventud maravillosa que creyó necesario ofrendar hasta su propia vida en pos de la liberación nacional y social de nuestra Patria.
Esa historia alumbra parte de nuestro presente. Después de tantos dolores llegó la hora de la Verdad, la Memoria y la Justicia. No es patrimonio exclusivo de un gobierno. Es mucho más que eso: es una verdadera política de Estado que alumbra la posibilidad de construir una democracia comprometida con el objetivo inexcusable de la justicia social.


Ariel Pasini- Diputado Nacional FpV-PJ.

martes, 16 de septiembre de 2008

HOMERO MANZI


Homero Nicolás Manzione vino de Santiago del Estero, de esa Añatuya callada y desvalida, que él llamó Aña-mía, y se metió con su espíritu poblado de versos en un barrio de Boedo mistongo, que se derramaba en cafetines, lustrabotas y mendigos hacia una calle Chiclana amenazada por la inundación. Allí atorranteó atardeceres con Cátulo Castillo, Julián Centeya y el "loco Papa" y allí enfrentó el dilema con que lo desafiaba el país semicolonial: buscar como tantos la gloria oficial, el buen pasar, la fama que difunden los medios de comunicación en poder de la clase dominante o jugarse entero por su verdad, a la intemperie, corriendo el riesgo del silenciamiento, de la discriminación, en fin, recibir la maldición del sistema.
Homero Nicolás Manzione no dudó. Se jugó en la resistencia irigoyenista contra la dictadura del Gral. Uriburu y contra el gobierno usurpador del Gral. Justo. Conspiró, fabricó bombas caseras, conoció cárceles. Su casa de la calle Garay y Danel se convirtió en centro clandestino de lucha popular y desde allí desarrolló, con Arturo Jaureche, Luis Dellepiane y tantos otros, no sólo la pelea contra el conservadurismo vacuno sino también contra la claudicación de la dirección alvearista del partido Radical.
En 1935 participó de la fundación de FORJA, bajo el lema "Somos una Argentina colonial, queremos ser una Argentina libre". Junto a sus amigos denunció el Estatuto Legal del Coloniaje. Su voz se levantó en la tribuna esquinera, erguido sobre cajoncitos de cerveza, apostrofando las entregas y latrocinios de la Década Infame. Nos dicen -sostuvo Manzione-, que hay una cosa intocable entre los distintos eslabones de la economía: el gran capital, especialmente cuando se trata de accionistas extranjeros, y por eso es necesario crear la mentalidad opuesta, la mentalidad nacional, que frente a ese argumento diga sencillamente esto ¡qué se vayan a la puta que los parió esos accionistas!
Una y otra vez, desde FORJA, denunció el sometimiento del gobierno al imperialismo británico, la complicidad de Alvear con los hombres del régimen, la expoliación que sufría el país, especialmente las provincias como la suya, porque -decía Homero - "Santiago del Estero no es un provincia pobre, sino una provincia empobrecida". Una y otra vez reclamó mejores salarios, respeto a los derechos populares, en fin, como decía FORJA, las cuatro P: PATRIA, PAN Y PODER AL PUEBLO.
El sistema lo silenció, lo condenó como a Jauretche y Scalabrini Ortìz al sótano de la calle Lavalle al 1700 donde tenía su sede FORJA. Expulsado de la Facultad de Derecho, exonerado como Profesor de Literatura, silenciado como poeta, discriminado en el radicalismo por rebelde y antimperialista, Homero Manzione fue convertido en "maldito", pero el poeta que había dentro de él le jugó una mala pasada al sistema. Si por sus ideas le cerraban el camino a ser hombre de letras, él se dedicó a hacer letras para los hombres, y se transformó de Homero Nicolás Manzione en HOMERO MANZI.
"Homero se nos fue al mundo de la noche"- señaló Jauretche y allí no pudieron con él. Sus versos recrearon los barrios de tango con el farol balanceando en la barrera y el codillo llenando el almacén, se nutrieron de los compadres del café "Dante" las muchachitas de Alsina, acunaron a la negra María, consolaron a la mulata abandonada, convocaron al papá Baltazar de los chicos pobres y a Malena con su "voz de sombra" en el paisaje indeleble de un "Sur, paredón y después", con las "chatas entrando al corralón", chapaleando barro bajo el cielo de Pompeya, herido de lonjas rojas, con sus gorriones y fabriqueras, con el eco de un bandoneón, "mariposa de alas negras", brotando del último organito de una ciudad entristecida.
Así, el Manzi poeta violó la censura oligárquica por el camino abierto del cancionero popular. El otro, el Homero Manzione político, condenado al olvido, no mencionado en ninguna historia política, permaneció "maldito", pero siempre en alto su bandera popular. Ese Homero Manzione declaró en 1947: "Perón es el reconductor de la obra inconclusa de Yrigoyen. Mientras siga siendo así, nosotros continuaremos creyéndole, seremos solidarios con la causa de su revolución que es esencialmente nuestra propia causa. Nosotros no somos ni oficialistas ni opositores: somos revolucionarios".
Cuatro años después, un triste 3 de Mayo de 1951, la muerte le pungueó el corazón y él se despidió "lleno de luces y colores que integran mi cortejo final de despedida".
Había sido un "maldito". Sin embargo, aún hoy, cuando en la radio de un tallercito del suburbio o en la disqueria de Corrientes, florecen otra vez sus versos, "con un perfume de yuyos y de alfalfa que nos llena de nuevo el corazón, parece como si Homero", indoblegable, se pasease todavía entre nosotros con su cara redonda y sus ojos limpísimos de niño, esos por donde "su frente triste de pensar la vida, tiraba madrugadas", según dijera Cátulo Castillo, para mantener viva la canción y encendernos de nuevo la esperanza.
Centro Cultural Enrique Santos Discépolo

lunes, 15 de septiembre de 2008

Manuel Ugarte, un profeta "maldito" y olvidado

Es un socialista criollo de la generación del 900 que impulsa la unidad hispanoamericana. Denuncia al imperialismo yanqui desde 1901 -por sus intervenciones en América Central y el Caribe- hasta el año de su muerte, por la guerra de Corea. A principios del siglo XX escribe: "Actualmente los grandes diarios nos dan, día a día, detalles a menudo insignificantes de lo que pasa en París, Londres o Viena y nos dejan, casi siempre, ignorar las evoluciones del espíritu en Quito, Bogotá o Méjico. Entre una noticia sobre la salud del emperador de Austria y otra sobre la renovación del ministerio del Ecuador, nuestro interés real reside naturalmente en la última. Estamos al cabo de la política europea, pero ignoramos el nombre del presidente de Guatemala".
De 1910 a 1913, Ugarte recorre toda la América hispana, da conferencias y es aclamado en 20 capitales. Ya no predica el internacionalismo proletario sino la construcción de la Patria Grande, la gran nación iberoamericana. Es un socialista que rechaza trasplantar experiencias europeas: "El socialismo debe ser nacional", dice en 1911. Al año siguiente escribe: "Bajo ningún pretexto podemos aceptar la hipótesis de quedar en nuestros propios lares en calidad de raza sometida. ¡Somos indios, somos españoles, somos latinos, somos negros, pero somos lo que somos y no queremos ser otra cosa!".
En la década del 20, los principales líderes de la Revolución Mexicana le escriben a Ugarte y le agradecen su apoyo. Augusto César Sandino, el "general de hombres libres", también le envía una carta desde Nicaragua, reconoce su respaldo a la lucha contra los marines yanquis y dice que lo ve como una de las figuras más importantes del patriotismo latinoamericano. Dos grandes dirigentes peruanos lo alaban: Víctor Raúl Haya de la Torre, fundador de la Alianza Popular Revolucionaria Americana (APRA), lo considera el precursor de esta organización; José Carlos Mariátegui afirma que el escritor argentino es uno de las más prestigiosos personajes de América hispana.
El patriota iberoamericano regresa a Buenos Aires en marzo de 1946, después del triunfo electoral del entonces coronel Juan Domingo Perón. "Más democracia que la que ha traído Perón, nunca la vimos en nuestra tierra. Con él estamos los demócratas que no tenemos tendencia a preservar a los grandes capitalistas y a los restos de la oligarquía", declara. Y luego escribe: "Todos los presentimientos y las esperanzas dispersas de nuestra juventud, volcada un instante en el socialismo, han sido concretadas definitivamente en la carne viva del peronismo, que ha dado fuerza al argentinismo todavía inexpresado de la Nación. Ahora sabemos lo que somos y a dónde vamos. Tenemos nacionalidad, programa, derrotero".
En noviembre de 1951, Ugarte vuelve a Buenos Aires. Él mismo explica la razón del viaje: "No he pertenecido nunca al bando de los adulones y si hago ahora esta afirmación, si he vuelto especialmente de Europa a votar por Perón, es porque tengo la certidumbre absoluta de que alrededor de él debemos agruparnos, en momentos difíciles que atraviesa el mundo, todos los buenos argentinos".
El Partido Socialista, de orientación liberal conservadora, lo expulsa dos veces, a causa de sus "desviaciones nacionalistas". En 1910 se realiza un nuevo congreso de la Internacional Socialista en Copenhague, pero esta vez viaja el dirigente Juan B. Justo desde Buenos Aires, en lugar de designar a Ugarte que se encontraba en París. El diario La Nación comienza a rechazarle artículos. Sus libros El Porvenir de América Española, La Patria Grande, El destino de un continente y La Reconstrucción de Hispanoamérica, se editan en el país recién dos años después de su muerte, por iniciativa de Jorge Abelardo Ramos en la pequeña editorial Coyoacán. Ugarte muere enfermo y sin un centavo, lejos de Argentina. Poco antes, comenta: "En otras partes se fusila, es más noble".
Un muerto en vida
En "Redescubrimiento de Ugarte", publicado en febrero de 1985, Jorge Abelardo Ramos escribe: " […] en la irresistible Argentina del Centenario, orgullosa y rica, el emporio triguero del mundo, no había lugar para él. No solamente porque, como decía Miguel Cané, escribir una página desinteresada en Buenos Aires equivalía a recitar un soneto de Petrarca en la Bolsa de Comercio, sino a causa de que Ugarte iría a desenvolver su vida contra la lógica de la factoría euro-porteña: era socialista, aunque criollo y católico; argentino, pero hispanoamericanista. Si bien es cierto que lucharía por la neutralidad en las dos guerras inter-colonialistas del siglo, debería hacerlo contra la opinión dominante del rupturismo demo-izquierdista favorable a las potencias democráticas; más tarde, asumiría la defensa de la industria nacional y de la clase obrera en un país agropecuario, librecambista y antiobrero".

Galasso señala que Ugarte, "ha corrido un destino diverso: un silencio total ha rodeado su vida y su obra durante décadas convirtiéndolo en un verdadero "maldito", en alguien absolutamente desconocido para el argentino medianamente culto que ambula por los pasillos de las Facultades. No es casualidad, por supuesto. La causa reside en que, de aquel brillante núcleo intelectual, sólo Ugarte consiguió dar respuesta al enigma con que los desafiaba la historia y fue luego leal a esa verdad hasta su muerte. Sólo él recogió la influencia nacional-latinoamericanista que venía del pasado inmediato y la ensambló con las nuevas ideas socialistas que llegaban de Europa, articulando los dos problemas políticos centrales de la semicolonia Argentina y de toda la América Latina: cuestión social y cuestión nacional. […] De ahí la singular actualidad del pensamiento de Ugarte y por ende su condena por parte de los grandes poderes defensores del viejo orden".
Pedro Orgambide -el último que escribió antes de morir el 19 de enero de 2003- sostiene: "No fue profeta en su tierra. Es, aún, el gran olvidado del pensamiento político argentino. En cambio, sus ideas impulsaron la acción de hombres como el peruano Víctor Raúl Haya de la Torre o el nicaragüense Augusto César Sandino. Su nombre es citado con frecuencia en otros países de América latina; pocas veces en la Argentina. […] No gana plata con la política. Al contrario: por ella, pierde su fortuna. Y por su heterodoxia, se le cierran las puertas de la cultura oficial. […] Su figura disgusta a algunos sectores clericales y políticos por lo que cansado de pelear renuncia. […] Más retaceada es su influencia aquí, en el llamado "pensamiento nacional", y poco reconocida su incidencia en el origen de la "tercera posición" de nuestro país, en tiempos de la guerra fría".
Ramos dedica varias páginas al trágico destino de este luchador visionario y el silenciamiento sistemático de su vida y obra. Se transcriben sólo dos párrafos:
"El irritado silencio que ha rodeado siempre a la figura de Ugarte no sólo es necesario atribuirlo al papel de "emigrado interior" del intelectual del 900 en las semicolonias, sino al "leprosario político" en el que la oligarquía y sus amigos de la izquierda cipaya recluyen a los hombres de pensamiento nacional independiente. A principios de siglo al escritor latinoamericano no le quedaba otro recurso que enmudecer o emigrar. Las pequeñas capitales de la nación "balcanizada", aún la más presuntuosa, como Buenos Aires, habían sustituido la función social del escritor con el libro español o francés.


Articulo de Roberto Bardini

Rodolfo Walsh




Palabra de Walsh


En el trigésimo aniversario del secuestro y asesinato de Rodolfo Jorge Walsh, con justa razón se suman homenajes y recordatorios en su memoria. Sus trabajos de investigación periodística (Operación Masacre, Caso Satanowsky, ¿Quién mató a Rosendo?) han dado lugar a un nuevo genero literario, la novela de no ficción, anticipándose en 8 años a quien muchos creen su creador, Truman Capote el escritor de “A sangre fría”. Cuando incursionó por el cuento policial (Variaciones en rojo) fue acreedor a un Premio Municipal de Literatura de la Ciudad de Buenos Aires en 1953. Y once años más tarde en 1964, con muy buena crítica por parte de entendidos y especialistas, estrena una pieza teatral de su autoría (La batalla) y un año más tarde otra, (La granada), siendo esta última una lograda sátira sobre los militares y el poder en la Argentina.
Claro que todos estos logros y reconocimientos a nivel intelectual –que se irán acrecentando en el tiempo- van de la mano, como vidas paralelas pero íntimamente ligadas e interrelacionadas, con el accionar político que va potenciando. Su defensa de la revolución cubana y la causa palestina, su paso por la CGT de los Argentinos, el Peronismo de Base y su inserción en Montoneros, por ejemplo, son eslabones ineludibles e imprescindibles para entender su compromiso social en pos de una Argentina libre, justa, soberana, socialista
Sin embargo son muchos los que se resisten aún a visualizar, a comprender, a analizar a Walsh como un todo, es decir su vena intelectual sumada a su opción política, que creo es la única manera de lograr un perfil acabado de su paso, de su existencia por este mundo, sin caer en distorsiones o supuestos que luego se muestran fácilmente refutables.
Me propongo entonces recuperar la palabra de Walsh sobre ciertos temas concretos: molestos e incómodos para algunos, gratificantes y reivindicativos para muchos, entre los que me incluyo.
Operación Masacre.“Escribí este libro para que actuara; en este momento no reconozco ni acepto jerarquía más alta que la del coraje civil. No puedo, ni quiero, ni debo, renunciar a un sentimiento básico, la indignación ante el atropello, la cobardía, el asesinato. Este caso está de pie resuelto a impedir para siempre que un militarote prepotente juegue con la vida de la gente mansa. Sólo un débil mental puede no desear la paz. Pero la paz no es aceptable a cualquier precio”. (En el prólogo de una de sus ediciones)
Revolución Libertadora“El gobierno de Aramburu encarceló a millares de trabajadores, reprimió cada huelga, arrasó la organización sindical. La tortura se masificó y se extendió a todo el país. El decreto que prohibe nombrar a Perón o la operación clandestina que arrebata el cadáver de su esposa, lo mutila y lo saca del país, son expresiones de un odio al que no escapan ni los objetos inanimados, sábanas y cubiertos de la Fundación incinerados y fundidos porque llevan estampado ese nombre que se concibe como demoníaco. Toda una obra social se destruye, se llega a cegar piscinas populares que evocan el ‘hecho maldito’, el humanismo liberal retrocede a fondos medievales: pocas veces se ha visto aquí ese odio, pocas veces se han enfrentado con tanta claridad dos clases sociales”. (Prólogo a la 4° edición de “Operación Masacre. Junio 1973)
Peronismo.“¿Te considerás incluido en el Movimiento Peronista? Rodolfo Walsh: “Si se admite que la antinomia básica del régimen, antiperonismo-peronismo, traduce la contradicción principal del sistema, opresores-oprimidos, yo no me voy a anotar en el bando de los opresores ni en el de los neutrales”. (Primera Plana N° 489 del 13-06-72).
Resistencia a la dictadura militar“Propaganda infatigable por medios artesanales. Si las armas de la guerra que hemos perdido eran el FAL y la Energa, las armas de la resistencia que debemos aportar son el mimeógrafo y el caño”. (Aporte a una hipótesis de resistencia-Los métodos de acción. 02-01-77).
La historia.“Nuestras clases dominantes han procurado siempre que los trabajadores no tengan historia, no tengan doctrina, no tengan héroes ni mártires. Cada lucha debe empezar de nuevo, separada de las luchas anteriores: la experiencia colectiva se pierde, las lecciones se olvidan. La historia aparece así como propiedad privada, cuyos dueños son los dueños de todas las otras cosas”. (Reportaje de Ricardo Piglia a Walsh. Marzo 1970).
Socializar el conocimiento.“¿Cómo analizarías el paso de un trabajador intelectual desde su posición individualista, reconocida, a una dimensión donde lo importante sea la colectivo, lo anónimo? Rodolfo Walsh: Creo que es un paso muy duro, pero nunca más duro que el que da cualquier persona de otro sector social, el obrero y el estudiante por ejemplo, que abandona su realización personal, su posible prestigio, para entrar en una acción colectiva. Es un acto de renunciamiento donde se prescinden en muchos casos de la tarea específica, de la vida en familia. Existe un obstáculo inicial muy grande, que es la propia conformación del intelectual dentro del sistema. Pero ese obstáculo debe franquearse para poder recibir otras gratificaciones, las auténticas y mucho más importantes, que consisten en percibir las esperanzas, las inquietudes y los reclamos de la clase obrera; en una elaboración común de sus consignas, de sus caminos de salida...”.(Nuevo Hombre Nº 2. 28-07-71).
El 25 de marzo de 1977, Rodolfo Walsh muere en un combate desigual: él solo contra todos sus verdugos. Sabe que no puede caer con vida. Unos días antes había redactado ese paradigma de denuncia escrita y defensa de principios que es la Carta Abierta de un Escritor a la Junta Militar, justamente al cumplirse un año del golpe cívico-militar.
Es más que evidente que Rodolfo Walsh cumplió hasta el final de su vida con su compromiso de “dar testimonio en momentos difíciles” como enuncia en aquella carta. Por ejemplo, en los cables de Cadena Informativa a partir de diciembre de 1976 y hasta su muerte, podía leerse como un copete, de su propia autoría: “Reproduzca esta información, hágala circular por los medios a su alcance: a mano, a mimeógrafo, oralmente. Mande copias a sus amigos: nueve de cada diez las estarán esperando. Millones quieren ser informados. El Terror se basa en la incomunicación. Rompa el aislamiento. Vuelva a sentir la satisfacción moral de un acto de libertad. Derrote el Terror. Haga circular esta información”.
Los bien pensantes, los intelectuales “progresistas”, con el retorno de la democracia en 1983, primero tratan de ignorar a Walsh, luego de “ningunearlo”. Ante la contundencia de sus escritos y valores deben resignarse a hacerle un lugar; eso sí, explicando permanentemente o dando a entender que era un brillante intelectual pero “políticamente equivocado”. Con lo que sin proponérselo están dando lugar a la gestación de una equivocación gigante –que alguna vez deberían tratar al menos de comenzar a explicar- a la que adhirieron en vida (desde el peronismo revolucionario) no solo Walsh, sino también Héctor Germán Oesterheld, Pedro Orgambide, Roberto Carri, Rodolfo Puiggrós, Holver Martínez Borelli, Jorge Cedrón, Rodolfo Ortega Peña y Francisco Urondo, entre tantos otros.
Hay entonces un solo Walsh, único e indivisible, que conforman el intelectual más el militante. Tratar deliberadamente de separarlos es volver adrede hacia atrás, hacia la confusión deliberada, hacia la oscuridad que nos iguala en la ignorancia.
Roberto Baschetti Historiador Obras del autor: "Rodolfo Walsh, vivo"

(2007) ANCLA

sábado, 13 de septiembre de 2008

MUGICA, CARLOS


EXTRACTOS DE PERONISMO Y CRISTIANISMO
"¿Qué es glorificar a Dios? No es ponerle veinticinco velas a los santos. No. Sí ayudar a que un hombre sea más hombre. Si yo a este hombre lo ayudo a leer y escribir, glorifico a Dios, porque lo ayudo a crecer como hombre. Ayudar al hombre a ponerse de pie. No pararlo. El sólo se tiene que poner de pie. Ayudarlo a ayudarse." "Antes que hablarle de Dios al hombre que no tiene techo, hay que darle un techo. Darle techo ya es hablarle de Dios. Mejor dicho ayudarlo a que se dé el techo es ayudarlo a ayudarse."
"Hay un pecado personal, fundamental, que es el pecado del egoísmo. ¿Qué es pecar? Es tratar a una persona como si fuera una cosa. No hay más que un solo pecado: el pecado contra el amor. Cuando cosifico al otro, ahí hay pecado. Cuando utilizo al otro, ahí hay pecado. Cuando respeto a la persona del otro, ahí hay amor."
"Y está el pecado colectivo o estructural... ¿Cuáles son las estructuras opresoras? Aquellas que establecen un tipo de dominación de unos hombres por otros. Yo pienso que el sistema capitalista liberal que nosotros padecemos es un sistema netamente opresivo. No solo porque hay muy pocos hombres que se aprovechan del fruto del trabajo de la mayoría, sino porque además las relaciones que se establecen son relaciones de dominación. Relaciones despóticas."
"Por eso, como movimiento de Los Sacerdotes del Tercer Mundo propugnamos el socialismo en la Argentina como único sistema en el cual se pueden dar relaciones de fraternidad entre los hombres. Que cesen las relaciones de dominación para que haya relaciones de fraternidad. Un socialismo que responda a nuestras auténticas tradiciones argentinas, que sea cristiano, un socialismo con rostro humano, que respete la libertad del hombre."
"Los hombres están condicionados, determinados por las estructuras en las que viven. Por lo tanto, tengo que amar a los seres humanos y amar las estructuras que contribuyen a que esos seres humanos se realicen como hombres, a que vivan creadoramente. Y debo tratar de destruir o modificar las estructuras que les impiden vivir de esa manera. Y aquí entra todo lo que hace a la dimensión política."
"La liberación debería realizarse en todos los sectores donde hay opresión. En el orden jurídico, en el político, en el cultural, en el económico y en el social."
"En el orden cultural hay opresión porque el pueblo, y entiendo aquí por pueblo fundamentalmente a los oprimidos, a los trabajadores, no tienen acceso a la enseñanza superior y tienen difícil acceso a la secundaria y aun a la primaria. A veces porque no hay bancos y si los hay porque los chicos tienen que lustrar zapatos para que la familia aguante. Además de esto nuestra enseñanza es tecnócrata y colonialista, para que no moleste, que no incomode el día de mañana y se adecue a este sistema montado sobre la base del lucro."
"En el orden económico y social, nuestra estructura económica es anticristiana y opresora. Primero porque en lugar de estar la economía al servicio del hombre, el hombre está al servicio de la economía."
"Segundo porque lo social está subordinado a lo económico con las consecuencias que acarrea." "En el orden social el índice de mortalidad infantil y de desocupación son cada vez mayores."
"Es un deber de todos los cristianos hoy, entrar en la lucha por transformar la sociedad. Esa es la acción política, la acción que tiende a transformar, a modificar la sociedad."
"La justicia se encarna en la vida entera de la sociedad. No basta darle a cada cual lo suyo en un plano meramente individual. No se trata de que los individuos ricos ayuden a los individuos pobres, sino que se trata de que los pobres dejen de ser pobres. Y hasta ahora, para que los pobres dejen de ser pobres no se ha inventado otro más que este sistema: que los ricos dejen de ser ricos. Hay que ayudarlos a los ricos a liberarse de esas riquezas que Los oprimen y que los llevan hacia el camino del infierno."
"Porque si queremos que los dos millones y medio de hermanos nuestros que viven en las villas miserias estén mejor, evidentemente algunos van a estar peor."
"Hoy los cristianos no podemos rezar el padrenuestro si no hacemos algo eficaz para que disminuya el índice de mortalidad, que en nuestra patria, aumenta día a día. Lo mismo con respecto a las torturas; si yo no estoy haciendo algo para que cesen las torturas, en la medida de mis posibilidades, soy co-torturador de mis hermanos. Porque quizá no soy un opresor directo que comete la injusticia, pero tal vez la consiento o no la reparo en la medida en que no me comprometo a través de una acción política para cambiar las estructuras. El compromiso político hoy, no es optativo, es obligatorio para los cristianos en sentido amplio."
"El problema de la violencia no es un problema virginal: "a mí no me gusta la violencia". Hay que ser un desnaturalizado para estar a favor de la violencia si la opción fuera violencia-no violencia. El problema es que yo no puedo quedarme pasivamente tranquilo ante la situación de terrible violencia institucionalizada que estoy viviendo, porque si lo hago, soy un asesino de mi pueblo que se está muriendo de hambre."
"¿No es violencia institucionalizada, acaso, la que sufre el obrero que apenas reúne 40.000 pesos mensuales, al tener que pagar el precio de la leche, la carne o el azúcar? ¿No es violencia institucionalizada el aumento cada vez más alarmante de mortalidad infantil? "
"Vivimos en un sistema capitalista, en el cual el motor fundamental es el lucro. El lucro es "el" motivo de este sistema económico." "Esta sociedad es inmoral, no solamente porque las riquezas se reparten en forma desigual, sino porque el tipo de hombre que propone esta sociedad es un hombre alienado, un hombre inhumano, es el hombre consumidor, el hombre que "tiene".
"Tenemos que buscar otro tipo de sociedad y aquí aparece la reflexión sobre la posibilidad de acceder al socialismo. ¿Cuáles son las pautas que debe tener en cuenta un cristiano para saber qué sistema puede adecuarse mejor o no a sus valores? Primero, el Evangelio; segundo el Magisterio de la Iglesia y después los signos de los tiempos."
"Pensemos en la comunidad prototípica, las primeras comunidades cristianas. ¿Qué se dice en el libro de los Hechos de los Apóstoles?: 'Todos los que creían vivían unidos teniendo todos sus bienes en común, vendían sus posesiones y haciendas y las distribuían entre todos según la necesidad de cada uno'. (Cap. 2, 44ss). "La muchedumbre de los que habían creido tenían un solo corazón y una sola alma y ninguno tenía por propia cosa alguna; todo lo tenían en común." "No había indigentes entre ellos porque los dueños de haciendas y casas las vendían y llevaban el precio de lo vendido a los apóstoles y a cada uno se le repartía según su necesidad." "Dieciocho siglos más tarde Marx va a pronunciar una frase evangélica cuando diga: 'de cada uno según su capacidad, y a cada uno según su necesidad.'"
"Si hoy realmente los que se dicen católicos en la Argentina pusieran todas sus tierras en común, todas sus casas en común, no habría necesidad de reforma agraria, no habría necesidad de construir ni una sola casa. Los casi tres millones de personas que viven en las Villas Miserias en la Argentina, o en conventillos infames y en cuevas –como los indios con los que estuve en Los Toldos – podrían vivir confortablemente bajo techo sin que se construya una sola casa más en el país. Sólo en Buenos Aires hay ciento diez mil departamentos vacíos. Si esta fuera una sociedad cristiana, la gente de las Villas tendría derecho a ocuparlos. Ya de hecho lo han concretado en Córdoba, un grupo de gente de una villa se apoderó de un monoblock. No han hecho más que recuperar lo que les corresponde. Porque cuando la gente dice "esto es mío", ¿quién decidió que es suyo?. El Código Civil Argentino. Pero el Código Civil fue una avivada de doscientas familias que ya se habían apoderado de las tierras y por eso podían decir: "cada uno tiene derecho a sr propietario de lo que tiene". Claro, si todos hubieran largado a cero kilómetro en materia de tierras, muy bien, pero los señores Pereyra Iraola y Menéndez Behety ya eran dueños de media Argentina cuando dijeron 'hay que respetar la propiedad privada'. "
"En el fondo las discrepancias ideológicas se cierran en dos alternativas, que son: una la alternativa capitalista, que se basa fundamentalmente en que unos pocos sean dueños de los bienes de producción, es decir de los bienes que producen bienes, o sea de las máquinas, donde el hombre tiende al lucro. Esos pocos serán estos que dijo el apóstol Santiago: 'los ricos que oprimen a sus hermanos'.
"La otra alternativa es el socialismo, en el cual la comunidad es la que tiene el control y la propiedad de los bienes de producción. No son de unos o de algunos, sino de todos. El control popular sobre los medios de producción, que lleve a que los bienes no sean de algunos sino de todos."
Editorial Merlin, Buenos Aires, 1973

El debate sobre el Gobierno y el lockout

La etapa, el carácter del Gobierno, el rol de los intelectuales, el modelo de país, el lockout de los productores agropecuarios, la izquierda, posibilismos y esquematismos son algunos de los ejes del debate que intenta una mirada desde la cultura sobre el proceso político a partir del conflicto agropecuario.
Opinión
Algunas aclaraciones necesarias
Por Eduardo Grüner *
El jueves 15 este diario publicó el texto completo de la llamada “Carta Abierta/1”, un importantísimo documento sobre la actual situación política nacional, emitido por centenares de intelectuales y que fuera presentado el martes anterior en una multitudinaria conferencia de prensa en la librería Gandhi. Nombrando a algunos de los firmantes de dicha carta, el diario consigna, equivocadamente, mi nombre. Es un error perfectamente comprensible, dado que estuve presente en la mencionada presentación y, sobre todo, que me he solidarizado plenamente con el movimiento político-cultural que la carta representa y cuya emergencia considero un acontecimiento histórico de enorme trascendencia en los momentos actuales.
Sin embargo, me siento en la obligación –puramente individual y que no tiene por qué interesar a nadie más: si la hago pública es simplemente porque el error también lo fue– de aclarar brevemente las razones por las cuales en su momento tomé la (difícil) decisión de no firmar el documento, al mismo tiempo de manifestar, repito, mi solidaridad con, y mi pertenencia a, el colectivo que originariamente lo concibió. Como suele sucederles, para bien o para mal, a los que escriben, esas razones pueden reducirse a lo que suele llamarse “una cuestión de palabras”: en el último párrafo de la carta se postula el espacio creado como una “experiencia que se instituye como espacio de intercambio de ideas, tareas y proyectos, que aspira a formas concretas de encuentro, de reflexión, organización y acción democrática con el Gobierno y con organizaciones populares para trabajar mancomunadamente, sin perder como espacio autonomía ni identidad propia”. Por un prurito quizá desmedido y, de nuevo, puramente personal (aunque, ya se sabe: es cada vez menos fácil separar lo personal de lo político), concluí que no estaba en condiciones de suscribir la idea de trabajar mancomunadamente con el Gobierno. Es notorio –si bien, una vez más, no tiene por qué interesarles a otros– que mi posición es crítica hacia lo que, en una nota anterior publicada en este mismo medio, llamé las “opciones estratégicas” (sin eufemismos: las políticas de fondo, indiscernibles de una posición ideológica) hasta ahora adoptadas por el Gobierno respecto de cuestiones como un modelo estructural de redistribución del ingreso, cuestiones en las que aún un gobierno “burgués” (me inhibo ahora de agregar “reformista” para no volver a dar lugar a un debate que en estas circunstancias estimo postergable) podría haber profundizado mucho más de lo que lo ha hecho éste, con mucha mayor consecuencia con sus propios enunciados –y, por supuesto, no haberlo hecho es ya la primera, y fundante, de esas opciones estratégicas, de la cual se derivan casi todas las demás críticas de las que el Gobierno se hace pasible, y que el documento de marras, por cierto, no ahorra–.
Pero también es notorio que mi opinión es que el “mal mayor”, en esta precisa coyuntura histórica, viene de otro lado (sin que ese “otro lado” permita muchas veces, lo admito, trazar una frontera nítida con el “campo” –con perdón de la palabra– del Gobierno). Y eso, si es que todavía hay que aclararlo, no significa, como se nos ha imputado, adoptar ninguna estúpida dialéctica del “mal menor”, ni mucho menos descansar resignadamente en alguna clase de “posibilismo”. Es, todo lo contrario, y para citar una formulación clásica, hacer “el análisis concreto de la situación concreta”. Respecto de esto, el espíritu de la Carta Abierta no puede ser más claro: su movimiento principal no es en defensa del Gobierno –¿qué poder real podría tener un grupo de intelectuales para ello, aun cuando ésa fuera su voluntad?–, sino en defensa propia. Y en defensa de una democracia (que precisamente en su defensa debe ser sometida al más riguroso análisis crítico), y sobre todo de una sociedad, potencialmente amenazada más allá de este gobierno. La operación “destituyente” de la que habla la carta se ha desplazado hacia y se ha concentrado en el Gobierno, por ahora, porque la sociedad en su conjunto –comprensiblemente, en vista de la confusión reinante– está casi totalmente desmovilizada (y eso también es responsabilidad del Gobierno). Pero –independientemente de que en esta coyuntura el Gobierno aparezca como el “blanco” inmediato– es una operación contra la sociedad, y muy particularmente contra las clases subordinadas, que como de costumbre son las rehenes pasivas del conflicto: lo que se quiere “destituir”, arrancar de cuajo antes de que la propia crisis obligue por fin a la sociedad a asumir autónomamente una posición, es justamente un generalizado y radical debate público que, produciendo un salto cualitativo sobre las apariencias inmediatas de la crisis, ponga de una vez por todas en cuestión el famoso “modelo de país” que la sociedad argentina quiere y necesita. Esa es la “batalla cultural” a la cual la Carta Abierta, si la interpreto bien, se propone modestamente contribuir e impulsar. Porque si los poderes reales que están por detrás del “movimiento campestre” son un “mal mayor” es porque ellos sí –sin dejar de lado los confundidos que se han aliado circunstancialmente a esos poderes por las más variadas razones– tienen perfectamente claro qué modelo quieren. Y si el Gobierno es cómplice de eso, o si su diferencia con el modelo de los poderes no es lo suficientemente nítida, o lo que sea, es desde luego un tema que puede y debe ser discutido como parte de la “batalla”. Pero, ¿vamos a caer en la trampa –muy astutamente armada por la “agenda comunicacional” de esos poderes, y sin que el Gobierno la haya desmentido verdaderamente– de creer que a esta altura el problema central sigue siendo el fácilmente solucionable detalle “técnico” de las retenciones móviles a las ganancias ultraextraordinarias de los grupos concentrados “polirrubro” (y no sólo sojeros), a cuyo crecimiento, hay que decirlo, contribuyeron las opciones estratégicas gubernamentales?
Es necesario desplazar el eje para hacerlo chocar con lo que es, hoy, ahora, la fractura básica: o la sociedad –y sobre todo sus sectores más oprimidos, víctimas principales de todo esto– tienen algo que decir, y en voz bien alta, o no. Si es “no”, más vale que nos ocupemos de otra cosa. Pero si tenemos la mínima esperanza de que sea “sí”, hay que asumir la responsabilidad de ocupar algún lugar, por pequeño que sea, en la construcción, para empezar la del lenguaje, que esa esperanza supone, sin incurrir en las mezquindades narcisistas supuestas por el temor de que alguien nos confunda con un color político que no es el nuestro. Esto es, me parece, lo que dice la Carta Abierta. Y ésta es la razón por la que se puede adherir al movimiento que la ha propuesto –y en cuyo seno, al que escribe esto le consta del modo más inequívoco, se discute con la más absoluta libertad y autonomía: la prueba está en que ese movimiento tiene entre sus lugares constitutivos precisamente el de aquéllos que sin firmar, están–, ya sea que se la haya firmado o no por algún matiz político a preservar. Finalmente, no es una firma más o menos de un intelectual del montón (un montón que por suerte ha logrado por fin reunirse) lo que va a decidir el rumbo con el que se saldrá –o no– de esta crisis: ese rumbo lo va a decidir la sociedad, o lo va a decidir el poder polirrubro. El resto –como hubiera dicho un principito dinamarqués– es silencio. O puro sonido y furia.
* Sociólogo, ensayista, profesor de Teoría política y de Sociología del arte (UBA).
Opinión
Exigir, ¿desde dónde?
Por Gonzalo Barciela *
El 16 de abril, Eduardo Grüner publicó un artículo, titulado “¿Qué clase(s) de lucha es la lucha del ‘campo’?”. En este entendimiento, Grüner provoca un desplazamiento no menor, porque obliga, al menos, a deshacerse de ciertas respuestas fáciles o mecánicas y a comenzar a involucrar matices en la caracterización de la etapa. Atilio Boron publicó una respuesta cuyo núcleo central se organiza en torno de la crítica de la condición “reformista” del Gobierno, término a partir del cual Grüner adjetiva el carácter de la etapa kirchnerista. Es este artículo en particular el que convoca estas líneas. Como enseñaba Carlos Olmedo, existen dos formas de encarar una respuesta. Una consistiría en rebatir punto por punto el escrito de Boron, agotando su contenido. La otra (que es la propia del fundador de las FAR y que hacemos nuestra), propone un análisis del ensayo en cuestión, a la luz de la concepción que lo inspira. El problema es el cómo es de lo que es. Alguien apresurado se referiría a la historicidad de las cosas de este mundo. El inconveniente es el modo de ser histórico de éstas. Ilustremos este punto a partir del razonamiento que Boron nos propone. Mediante un ejercicio comparativo, se contrasta la actual gestión con la primera década peronista, pasando revista a una serie de medidas, tanto de uno como de otro gobierno, arribándose a la siguiente conclusión: “Creo que lo anterior demuestra con claridad que no hay ‘reformismo burgués’. ¡Ojalá lo hubiera! No porque el reformismo satisfaga mis esperanzas, sino porque al menos nos posibilitaría avanzar unos pocos pasos en la construcción de una verdadera alternativa, es decir, una salida post capitalista a esta crisis sin fin en que se debate la Argentina”.
¿Dónde radica nuestra discrepancia? En primer lugar, nuestro principal contendor es la teleología, la causalidad finalista, y el pensamiento sustancialista que alimenta la reflexión de Boron. Más de 2500 años de filosofía nos enseñan que las cosas se definen por su sustancia y que el resto son sus accidentes, es decir, que Kirchner igual burgués, igual capitalismo, igual nada cambia, lo demás es ropaje. En una palabra, si calificamos a Kirchner como burgués, éste no es un simple adjetivo, sino un concepto que contiene en sí mismo toda su realidad. En buen castellano, nada de lo que haga este gobierno dejará de hacerlo burgués. En el mejor de los casos será reformista, pero no es más que un accidente de la sustancia “burgués”. No hay lugar para la emergencia de lo nuevo, todo residuo de alteridad es subordinado a la plena realidad del concepto “burgués” y todo cambio no es más que una suerte de despliegue lógico de lo “otro” en lo “mismo”, “burgués” será “burgués”.
Este juicio de valor está habilitado por la posesión de una episteme, una ciencia, que estructura un continuum diacrónico. Todo el problema de los análisis sería el de comprender en qué etapa estamos, es decir, dónde colocarnos en esa escala del máximo y el mínimo. El problema principal aquí es que la especificidad de la situación histórico-social se subordinaría a su categorización, a partir del decálogo de términos previstos en esa disposición que no es sólo cronológica, sino lógica, es decir, que el proceso político social está gobernado por una única y férrea ley. La conclusión de esto es que la acción política es reducida a un acto de conocimiento que estrecha al extremo los márgenes de indeterminación o incertidumbre del acaecer histórico social, decretando a priori del destino de nuestro devenir, por supuesto con mayor o menor grado de previsibilidad. Lo importante es que la proyección de la acción política es vista como un apéndice, mientras maduran las “condiciones objetivas” y éste madurar se objetiva a partir de aquel conocimiento.
¿Por qué a muchos nos recorrió una sensación de incomodidad, inquietud, bronca, indignación ante la revuelta pastoril? Por qué Eduardo Grüner nos advierte, con extrema lucidez, que “si la derecha gana, se habrá creado un peligroso antecedente de deslegitimación de la intervención del Estado en la economía y esto impediría, o al menos obstaculizaría gravemente, que este gobierno (si es que en algún momento reorienta sus opciones estratégicas) o cualquier otro futuro, sí utilizara las retenciones u otras medidas semejantes con fines redistributivos. Eso, en el mejor de los casos. En el peor, una parte nada despreciable de la sociedad habrá completado un enorme giro a la derecha del cual difícilmente habrá retorno. La situación obliga, a todo el que sienta una mínima responsabilidad, a sentar con la mayor nitidez posible una posición”.
Lejos de abrevar en el posibilismo, éste es el gesto máximo de subjetivación política, en el sentido mismo de hacer nuestras las condiciones históricas en las que estamos arrojados; el asumir la situación que nos interpela, sin esquivarla echando mano del escepticismo ilustrado, que subestima todo presente en nombre del porvenir.
Reacia su aprehensión en las garras del marxómetro, la situación está surcada por los antagonismos que se ordenan en ella y a partir de los cuales cobra forma. En esa línea de demarcación, del lado del “gobierno” no revistan tan sólo ministros y consortes, sino también fuerzas sociales nacidas al calor de la confrontación al modelo neoliberal. Si algo ha estado ausente del debate campo-Gobierno, son los sujetos que transitan y actúan la correlación de fuerzas. Y esta responsabilidad le cabe al gobierno que subestima la herramienta de la participación popular, que no es una alquimia que todo lo puede, sino un instrumento de apropiación por las mayorías del escenario público. Y si esa polaridad molesta, para muestra basta un botón. ¿Alguien puede explicar por qué toda oposición a este gobierno se organiza por derecha? Que algo está en juego es percibido por muchos. No hace falta decir que esto no es un llamado al seguidismo. El mismo Boron señala: “No es un tema de chicanas, sino de exigirle al Gobierno que haga lo que debe hacer”. Coincido en que se trata de exigir y la pregunta es ¿desde dónde? ¿Desde una posición de absoluta exterioridad? ¿O desde la acción organizada que tiene lugar en una escenario donde una serie de demandas comparten un espacio discursivo común con este Gobierno?
* Instituto de Investigaciones sociales, económicas, políticas y ciudadanas (Isepci).
Opinión
La ilusión y la realidad
Por Atilio A. Boron *
Días atrás, Mario Toer publicó una nota (Página/12, 6 de mayo de 2008) en la cual criticaba acerbamente mi negativa a considerar al gobierno de Kirchner, el anterior y el actual, como “reformista”. Toer me reprochaba por mi “voluntarismo”, que no tenía en cuenta la correlación de fuerzas existente que imponía límites aparentemente infranqueables a la voluntad transformadora del actual gobierno. También recordaba, con razón, mis juicios vitriólicos sobre los gobiernos de Lula y Tabaré Vázquez.
Enojado por mi intransigencia, Toer me enrola en las filas de una legión: la del “marxismo para radiólogos” (¿?) o las del “club electoral del cero coma (0,)”. Estas sectas se caracterizarían por su fanática adhesión a “dualidades simplistas” como “burgueses y proletarios” y “reforma o revolución”, arcaicas minucias que para Toer carecen de todo interés. Producto de mi enfermiza afición por estos simplismos sería la ceguera que me impide percibir los enormes y persistentes esfuerzos realizados por este gobierno y el anterior para “construir un proyecto nacional-popular”. Si éste aún no se ha concretado, no ha sido por falta de una férrea voluntad transformadora de las autoridades, sino porque, según mi crítico, “las mayorías no han bregado con ardor” para lograr ese objetivo. De un plumazo la resistencia social a las políticas instauradas por el menemismo y las luchas sociales que se desplegaron a lo ancho y a lo largo de la Argentina en estos últimos años reclamando mejores salarios, servicios públicos dignos y eficientes, la reconstrucción de la salud y educación públicas, controles efectivos sobre los oligopolios, protección ambiental, derechos humanos, salud reproductiva, transparencia administrativa e idoneidad en el manejo de la cosa pública fueron apenas una ilusión. La conclusión de este disparate –según el cual no fue el partido gobernante el que flaqueó en el empeño reformista que Toer y otros generosamente le atribuyen, sino que las culpables de esta frustración fueron las víctimas del neoliberalismo, que rehuyeron el combate requerido para promover las reformas– es que “lo que hay es bastante más de lo que veníamos mereciendo”.
Conclusión conservadora, si las hay, porque: ¿cómo es posible afirmar que las clases y capas populares no merecen más que las migajas que reciben de un país cuya economía lleva más de cinco años creciendo a tasas chinas?, ¿qué tendría que haber hecho este pueblo para “merecer más”? Se pueden decir muchas cosas de él, menos que no ha luchado con abnegación en pos de reivindicaciones que, en su conjunto, configuran una agenda claramente reformista que el Gobierno no quiso (¿o no pudo?) reconocer. Aun así, ¿por qué ese innegable impulso “desde abajo” no alcanzó para inclinar a la Casa Rosada a adoptar políticas reformistas?
No quiero aburrir al lector señalando, por enésima vez, todos los cambios que habrían mejorado la calidad de vida de los argentinos si hubiera existido ese fantasmagórico proyecto “nacional y popular” que vibra en la imaginación de tantos admiradores del Gobierno. Y que no se nos diga que esas reformas son inviables en la era de la mundialización: ¿cómo pudo Evo Morales recuperar para la nación el patrimonio hidrocarburífero y las telecomunicaciones de Bolivia o diseñar un esquema de pensión universal para toda la población de la tercera edad, o retirarse del Ciadi, el tramposo tribunal creado por el Banco Mundial para que las transnacionales pongan de rodillas a las naciones?; ¿cómo pudo Hugo Chávez liquidar el analfabetismo y garantizar la atención médica de toda la población, un lujo que una buena parte de los argentinos no se puede dar? Si Bolivia y Venezuela pudieron, ¿por qué no pudo la Argentina?
Flaco favor le hace al Gobierno aquel que cree ver en él esa voluntad de cambio y les achaca la frustración de ese proyecto a los pocos merecimientos del pueblo o, como dice Toer más adelante, a la “debilidad del campo popular”. La conclusión que extrae de este (erróneo) diagnóstico es que hay que proteger y fortalecer al Gobierno, “sin seguidismos, con imaginación, con pensamiento crítico, pero con generosidad y sin petulancia”.
Pero, precisamente, para no caer en las aparentemente irresistibles tentaciones del “seguidismo” sería importante que Toer se preguntara: ¿protegerlo y fortalecerlo para hacer qué? ¿Dónde están las señales concretas que anuncian la existencia de un proyecto reformista en la Casa Rosada? Aun sus voceros que presumen tener la vista de un lince han sido incapaces de balbucear siquiera los rudimentos de esa agenda de reformas: su máxima hazaña en este terreno fue denunciar que si CFK fracasa en sus empeños reformistas vendría la derecha. Argumento débil porque, en el terreno estricto de lo económico, la derecha ya vino, hace rato, y ni este gobierno ni el anterior dieron la menor muestra de incomodidad ante su llegada. ¿Cuáles fueron las decisiones adoptadas para desmontar la funesta herencia de los noventa? ¿Qué iniciativas se tomaron para recuperar el patrimonio nacional rematado a precio vil, para reconstruir el Estado y para sentar las bases de un modelo económico alternativo? ¿Qué se hizo para liquidar la Ley de Entidades Financieras de Martínez de Hoz o el régimen petrolero instaurado por el menemismo y bendecido por la Constitución de 1994, de la cual tanto el anterior presidente como su sucesora fueron sus redactores? ¿Qué se hizo para impedir y revertir la feroz extranjerización de la economía argentina, propia de una república bananera de comienzos del siglo veinte?
Calificar de burgués a un gobierno que pese a sus encendidos discursos continúa amparando y realimentando el modelo neoliberal constituye la estricta aplicación de un criterio científico de análisis social. Por eso decía Grüner con razón que no estamos ante una batalla entre dos “modelos de país”, porque el modelo del Gobierno no es sustancialmente distinto al del “campo”. Esto puede disgustarle a Toer, pero la realidad no se evapora porque sea molesta para algunos. Caracterizar al gobierno actual, en cambio, como la encarnación de un proyecto “nacional y popular” no es otra cosa que la proyección de un deseo largamente acariciado por el progresismo, una peligrosa confusión entre deseo y realidad. Esto puede tener un efecto terapéutico catártico, pero al precio de caer en una trampa en donde el fantasma de una derecha “que se puede venir” impide visualizar la derecha que ya está, y que no es amenazada por el Gobierno. Toer debería reflexionar sobre las razones por las que si el pueblo está desorganizado y desmovilizado el Gobierno no hace nada para organizarlo y movilizarlo. ¿O tal vez creerá que el renacimiento del PJ, bajo el liderazgo de Néstor Kirchner, podrá obrar ese milagro? Toer cree, en su autoengaño, que el pueblo no se organiza por el inmenso poder que concentra esa “pléyade de eternos candidatos a ‘directores técnicos’ que se la pasan diciendo lo que habría que hacer y nunca ganaron un partido con un club de barrio”. Personajes bien raros éstos, que malgastan el inmenso poder que Toer les atribuye para mantener desorganizado al campo popular en vez de acelerar su organización y así conquistar el poder. Pero, ¿qué decir del papel de la multitud de resignados “posibilistas” y oportunistas que optaron por convertirse en directores técnicos o asesores de sucesivos gobiernos que perpetuaron un modelo económico insanablemente injusto, opresivo y predatorio?
* Director PLED, Programa Latinoamericano de Educación a Distancia en Ciencias Sociales.

domingo, 7 de septiembre de 2008

16 de septiembre de 1955, cronica del dia que el pais se partió en dos.


El 23 de setiembre de 1955 un DC-3 arribó al aeropuerto militar de la Capital Federal. Cuando se abrió la escotilla, bajó lentamente y con una sonrisa en la boca el general Eduardo Lonardi. A unos pocos kilómetros de allí lo esperaba su flamante función: la presidencia de la Nación. Días atrás, había derrocado al gobierno constitucional de Juan domingo Perón y se dirigía a la Casa Rosada, donde este hombre que provenía del nacionalismo católico enunciaría una doctrina tan célebre como efímera: "En la Argentina de hoy no habrá vencedores ni vencidos". Pero, desgraciadamente, no fue así. La coalición golpista se reconoció a sí misma como la "Revolución Libertadora", llamada a "rescatar" a la sociedad de un gobierno que, si bien se había encriptado en una lógica autoritaria, nunca había perdido su legitimidad democrática. Y, después del breve gobierno de 50 días de Lonardi, asumió el poder el jefe del Estado Mayor del Ejército, Pedro Eugenio Aramburu, quien gracias a su manifiesto antiperonismo profundizó la fractura de la sociedad entre los partidarios y detractores del justicialismo. Las primeras medidas de su gobierno fueron: la proscripción del peronismo, la intervención de la CGT, el pase a retiro de los militares que habían participado del gobierno peronista, se secuestró el cadáver de Eva Perón y se llegó a la irrisoria decisión de prohibir los símbolos justicialistas y hasta el nombre de Perón, que debió ser reemplazado por el de "el Tirano Prófugo".

Antiperonismo y resistencia

Después de setiembre, se produjeron 18 años de interrupciones institucionales y de gobiernos democráticos tutelados por el partido militar-liberal, fuertemente antiperonista. Además, el proceso de industrialización se vio minado por las insistentes presiones del sector agropecuario y sus economistas ortodoxos, se produjo una retracción en la participación de los trabajadores en la distribución del ingreso y el sistema político sufrió un proceso de crispación en espiral que fue una de las principales causas de la violencia política de los 70.La historia del golpe de setiembre comenzó, en realidad, el 16 de junio. Ese fue el principio del fin del gobierno peronista. Esa mañana gris, decenas de aviones de la Marina bombardearon la Plaza de Mayo con la expresa intención de matar a Perón. No lo lograron. Sin embargo, en la plaza quedaron 350 muertos y más de dos mil heridos en los hospitales cercanos. Esa noche, las iglesias fueron saqueadas e incendiadas y el gobierno peronista ingresó en un espasmódico proceso de incitar a la violencia –el célebre discurso del "cinco por uno" hasta el aumento de la persecución política y las sesiones de tortura que, en algunos casos como el del médico y militante comunista Juan Ingalinella, concluyó en asesinato– y por otros momentos llamar a la pacificación nacional y restablecer los derechos civiles como la libertad de expresión.El 16 de septiembre, finalmente, Lonardi ingresó clandestinamente en la Escuela de Artillería de Córdoba. Y de oficial retirado –sin mando de tropa– se convierte en el líder de un golpe de Estado triunfante. La primera orden que dio a los conjurados fue lacónica: "Actuar con la máxima brutalidad posible". Su primer objetivo fue capturar la Escuela de infantería, cumplido tras más de ocho horas de combate. En Curuzú Cuatiá, Aramburu también encabezó la sublevación rebelde pero fue rápidamente controlado por las fuerzas leales. Simultáneamente, la Marina intentó tomar la ciudad de La Plata, pero la aeronáutica logró alejar a los buques de la costa.Hacia el 18 de setiembre la sublevación estaba controlada. El general Lucero, a cargo de la defensa del gobierno, envió una fuerza de ataque sobre los rebeldes de Córdoba que triplicaba a los amotinados. Pero un día después, las cosas iban a dar un giro inesperado. La orden de avanzar sobre la Escuela de Artillería nunca saldría de Buenos Aires y a las 12.45, Lucero, con voz temblorosa, leyó una carta de Perón que simulaba una renuncia. ¿Por qué Perón había cambiado su decisión de combatir? Nunca se sabrá a ciencia cierta. Pero la mayoría de los historiadores coinciden en que hubo dos factores clave: el hastío del presidente y la amenaza por parte del contralmirante Isaac Francisco Rojas de bombardear las refinerías de petróleo situadas en las afueras de La Plata. La advertencia iba en serio y, como prueba, un buque atacó las refinerías de Mar del Plata. Perón no dudó y entregó su renuncia a una junta de 17 militares encargados de la transición.La renunciaFinalmente, el 20 de setiembre, la Junta aceptó la renuncia y se mantuvo en el poder hasta el 23. Perón, el mismo día de su dimisión buscó asilo en la embajada de Paraguay, donde se lo trasladó a una cañonera de ese país, que era reparada en el puerto de Buenos Aires. Poco después viajó en un hidroavión rumbo a su exilio de 18 años, cuya primera escala fue la ciudad de Asunción dominada por el general Alfredo Stroessner.

La pregunta que sobrevuela la crónica es uno de los grandes interrogantes de la historia reciente: ¿Por qué renunció Perón si ya estaba casi derrotada la sublevación? Los historiadores discuten sobre las respuestas.

Mientras algunos sostienen que en realidad el gobierno peronista ya estaba agotado por dentro y había perdido su base de sustentación –ya no lo acompañaba la siempre difusa "burguesía nacional" ni la Iglesia ni los sectores nacional-católicos de las Fuerzas Armadas–, otros aseguran que el por entonces presidente renunció porque no quería repetir la experiencia de la Guerra Civil española, un tercer grupo de historiadores, más audaces aún, sugiere que Perón renunció ante la falta de un nuevo 17 de octubre con las masas en la calle que lo defendieran. Lo cierto es que fue el propio Perón quien desautorizó las milicias populares que organizaba Armando Cabo en el sur del Gran Buenos Aires.Pero más allá de los hechos puntuales de esos días, hoy es importante revisar aquellos acontecimientos para, utilizando la excusa del calendario, poder comprender el presente.

Y las preguntas obligadas, entonces, son las siguientes: ¿Qué significó el golpe de Estado de 1955 y cuáles fueron las consecuencias que trajo para el país? ¿Fue la causa directa de la violencia de los años 70? ¿Fue la madre de las dictaduras que después sobrevendrían? ¿Significó un cambio de modelo económico? ¿Fue el principio o el fin de una Argentina que se debatía por un lugar de autonomía en un mundo que marchaba hacia la globalización de la economía bajo el dominio estadounidense? Responder estas preguntas, obviamente, ayudará a repensar el país, a evitar que se repitan los mismos errores y, sobre todo, a diagramar las posibilidades hacia el futuro.
HERNAN BRIENZA


SE INTERRUMPIÓ UN PROCESO DE LIBERACIÓN NACIONAL

Norberto Galasso es uno de los intelectuales de esa corriente de ideas no académicas que se conoce como "pensamiento nacional". Autor de una flamante y monumental biografía de Juan Domingo Perón, que consta de dos tomos, dialogó con Acción sobre las implicancias que tuvo el golpe militar de septiembre.–¿Qué significó la autodenominada Revolución Libertadora?–El golpe de Estado de setiembre del 55 significó la interrupción de un proceso de liberación nacional que, si bien tenía contradicciones, mostraba cierta independencia respecto de Gran Bretaña y de los organismos de crédito internacionales como el FMI, por ejemplo. La experiencia del gobierno peronista marcó un perfil de crecimiento autónomo y de una interesante distribución del ingreso. Durante esta época la clase trabajadora aumentó un 15 por ciento en la distribución. Hoy eso sería visto como una revolución social.–¿Por qué cae el gobierno peronista?– La derrota no es producto de la muerte de Evita, como piensan muchos, ni de la cobardía de Perón. Cierta parte de su base de sustentación queda en crisis. La Iglesia, por ejemplo, quería armar su propio partido, los empresarios, marcaron sus diferencias en el Congreso de la Productividad de 1954 y los militares, que venían del nacionalismo católico, sintieron socavada su adhesión al gobierno por las campañas moralistas contra la UES y los contratos petroleros. También se da un proceso de creciente soledad del líder y de mayor burocratización del gobierno. Pero el único sector que lo acompaña son los trabajadores. –¿Cuáles son las características principales de los golpistas?–Bueno, no es otra cosa que un golpe de clase. La oligarquía, con los Kieger Vasena, los Alsogaray, los Bunge quiere alzarse con el poder y los domina un odio de clase. –¿Qué consecuencias inmediatas trajo para el país el derrocamiento de Perón?–El desmontaje del control económico del Estado a través del IAPI, la desnacionalización de los depósitos bancarios, la adscripción al Club de París y al FMI. Se produjo un crecimiento de la deuda externa y la dependencia de los organismos internacionales. Los trabajadores pierden en el reparto del ingreso, se intervienen los sindicatos, se secuestra el cadáver de Evita, se proscribe a Perón y comienza un largo proceso de democracia restringida.–¿El golpe es el punto de partida para la violencia de los 70?–La violencia recorre toda la historia argentina. Claro que el 16 de junio se caracteriza por la mortandad tremenda en dos horas. Pero los 70 también son hijos de los fusilamientos del general Juan José Valle en el 56 y obviamente, ya durante la dictadura militar del 76, de la decisión de liquidar un proceso de liberación nacional.


EL GOBIERNO PERONISTA

El peronista era un gobierno debilitado por una oposición creciente, reforzada por la Iglesia y otros sectores que inicialmente lo habían respaldado, que sufría el anquilosamiento de sus estructuras de apoyo, en manos de una dirigencia en la que la obsecuencia se había convertido en requisito principal. No había menguado en cambio su respaldo popular, que se expresaba en cada elección y en las movilizaciones callejeras convocadas por el gobierno. Fue en esas circunstancias que se produjo el alzamiento del 16 de setiembre de 1955.El presidente seguía acosado por la contradicción que arrastraba desde sus comienzos: la de una orientación signada por la vocación de orden, colaboración entre clases y unidad nacional, que tenía a los trabajadores como su pilar insustituible. John William Cooke observaría con agudeza que aquel gobierno se hallaba circunscrito a un programa burgués, pero sin burguesía que lo apoyara. Los rebeldes contaban con el casi unánime respaldo de la Armada, y con importantes fuerzas del Ejército, en el que no escaseaban además los dispuestos a plegarse con rapidez al que se perfilase como vencedor. Militares adeptos al gobierno se hallaban prestos a proseguir la lucha, mientras civiles peronistas se armaban, también listos para marchar contra los insurrectos. Fue en esa situación que el presidente emitió una carta que apuntaba a una solución negociada del conflicto, dejándola en manos de los militares, que hasta podía ser interpretada como una dimisión. De allí a la virtual rendición mediaron pocos pasos y el 23 de setiembre el general Lonardi asumía el gobierno, mientras Perón tomaba el rumbo del exilio.Quedaba claro que el gobierno peronista no deseaba arrostrar los peligros de una confrontación abierta. "Evitar el derramamiento de sangre" era el pretexto disponible. Pero gravitaba la certeza de que en un enfrentamiento de ese tipo, tanto la idea de "comunidad organizada" como la férrea conducción desde arriba que Perón ejercía, quedarían heridas de muerte. Armar a los trabajadores no era difícil, lo más arduo era lograr luego que devolvieran las armas y tornaran a la obediencia a los empresarios.Caído Perón, coexistieron el alborozo y la consternación. El establishment tendió a participar activamente en el nuevo orden de cosas, instaurado en nombre de las libertades públicas y el estado de derecho, pero manifiesto a poco andar como dictadura orientada en gran medida a re-disciplinar a los obreros en particular y a los pobres en general. La llamada "clase media" tendió asimismo al apoyo a la "Libertadora" en una combinación de actitudes en las que se mezclaban la ira contra el espíritu autoritario y el mediocre adoctrinamiento impulsado por el estado peronista, con el deseo, no siempre confeso, de que el pobrerío fuera "puesto en su lugar". Los "descamisados", en cambio, no tardaron en convertir el "retorno" en un ideal colectivo, mientras los sectores más activos en su seno resistían activamente al avasallamiento de los sindicatos y la persecución política. Sufrirían la cárcel y la tortura, en compañía de socialistas de izquierda, comunistas y trotskistas, que no aceptaron convertir su oposición al peronismo en complicidad con la "Libertadora". Mientras tanto, la reforma constitucional de 1949 fue abrogada por decreto y se produjeron fusilamientos de opositores por el "delito" de rebelarse contra los golpistas. A modo de respuesta, huelgas, sabotajes, bombas y publicaciones clandestinas inauguraron el capítulo que pasaría a llamarse la "resistencia peronista". La lección debió resultar clara: La "violencia entre hermanos" que la capitulación procuró evitar, se produjo igualmente, con un Estado y unas fuerzas armadas volcados, con más claridad que nunca antes, a la defensa de una clase, aun a costa de disparar contra el pueblo. No sería, por desgracia, la última vez.


DANIEL CAMPIONE

fuente: accion digital

AR

sábado, 6 de septiembre de 2008

"Reconocer que tuvimos una derrota no quiere decir que nos hayan vencido definitivamente"


EXTRACTO DE UNA ENTREVISTA A GRACIELA DALEO PARA LEERLA COMPLETA,FUENTE http://www.lavaca.org/

De cara a los 31 años de la instalación del terrorismo de Estado, esta charla traza el recorrido de una mujer que sobrevivió para contarlo, pero también para pensarlo. En el 77 la secuestraron en la ESMA durante un año y medio. Ya en democracia, estuvo presa. Rechazó un indulto de Menem y fue prófuga de la justicia. Hasta que la historia puso las cosas en su lugar y se convirtió en una de las testigos clave para que se juzgue a los represores aquí y en Italia. “Creo que esto fue resultado de la lucha de nuestro pueblo. Para mí no es una dádiva de este gobierno” asegura. Lo que representa la desaparición de López, los límites de los organismos y cómo mira a sus “compañeros” convertidos en funcionarios. Sobre lo que aprendió en este camino sintetiza: “perder, resistir y algunas veces, ganar”.

-¿Cuál es la importancia de juicios como el de Italia?

Son causas que se iniciaron en el exterior porque en este país reinaba la impunidad de los genocidas de la dictadura. Fueron los infinitos intentos que hizo nuestro pueblo -las organizaciones populares, los organismos de derechos humanos- para fisurar el muro de impunidad impuesto durante años en Argentina. En casos como el que se hizo en España contra Adolfo Scilingo (marino que confesó haber participado en los vuelos que partían desde la ESMA, donde se drogaba a los prisioneros para lanzarlos vivos desde los aviones al mar), se apeló a la persecución universal de los crímenes de lesa humanidad.
Graciela declaró tanto en España como en Italia "y en ambos casos se buscó encuadrar la represión en lo que fue la instalación del Estado terrorista, el ‘proceso de reorganización nacional’, y no solo la ESMA que a veces aparece como el único lugar donde se cometieron crímenes”. Declararon también Magdalena Ruiz Guiñazú por haber pertenecido a la CONADEP (Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas), Horacio Verbitsky por su trabajo de investigación, y sobrevivientes de otros campos de concentración.
En Roma se reunió con compañeros y amigos como Lila Pastoriza, Norma Burgos, Alicia Milia, Elisa Tokar y Raúl Cubas. Un reconocimiento: “Hemos testimoniado infinidad de veces, hemos dado charlas, de todo. Pero a pesar de los cuestionamientos que uno tiene para la justicia burguesa, es por ahora la única existente y siempre tiene un plus prestar allí el testimonio. Un tribunal, como todo lugar simbólico, tiene otro rango. Y además del juez, hay un tribunal popular con seis miembros de la comunidad que también intervienen en el dictado de la sentencia”. El hecho de que la condena no se cumpla no le parece a Graciela lo principal: "Están detenidos acá, salvo Vildoza que sigue prófugo desde el 87. Haremos que cumplan las condenas acá. Pero lo de Italia tiene que ver con la sanción social, la condena moral. Es para pensarlo. El escrache tiene un rango. La sanción de un tribunal tiene también otro lugar simbólico que he aprendido a reconocer. Te pega distinto".

-Otro hecho práctico, es que deja la sensación de que tantos esfuerzos y denuncias, finalmente sirvieron. Aunque mucha gente menoscabe la cuestión.

Una de las cosas que aprendí en estos años es a no caer en la tentación de contabilizar solamente las derrotas, y tampoco endulzarme demasiado con las victorias. Yo creo que es necesario que seamos capaces de reflexionar sobre nuestras experiencias, y compartir estas reflexiones con las generaciones más jóvenes.

-¿Por ejemplo?

Yo evalué desde hace mucho que el campo popular sufrió una derrota profundísima con la dictadura. No soy de las que piensan que plantear que hubo derrota es hacerle el juego al enemigo. Yo creo que sí, que el campo popular, el país en general, América Latina, sufrieron una derrota muy grande con los estados terroristas, con el genocidio. Pero reconocer que tuvimos una derrota no quiere decir que nos hayan vencido definitivamente. Luego de las derrotas los pueblos se recomponen. En Italia me puse a pensar en la rebelión de Espartaco. ¿Cómo terminó? Crucificado. Pero puso en cuestión la esclavitud e implicó un impresionante avance de la humanidad. Me gusta una novela de Andrés Rivera, La revolución es un sueño eterno. Allí habla del “perpetuo aprendizaje de los revolucionarios: perder y resistir y no confundir lo real con la verdad”. Yo lo que agrego es: perder, resistir, y algunas veces ganar. Lo que pasa es que ninguna victoria es definitiva, mirá lo que pasó con la Unión Soviética, pero creo que ésta es la historia de la humanidad. Un día Marcelo Parrilli (abogado) me contestó irónicamente: "Bueno, acabo de escuchar una versión peronista de la teoría de la revolución permanente de Trostki...”, y creo que en ese sentido no te tenés que quedar nunca tranquilo con las victorias, si no la lucha no vale para nada.

- No entiendo.

Creo que siempre nos tenemos que sentir insatisfechos con lo que se logra, pero esa insatisfacción no tiene que implicar la frustración absoluta, que concluya en que ninguna lucha vale, que solo sirve la victoria total de hoy para mañana. Yo aprendí que en el camino al socialismo, va a haber un largo tramo donde hay victorias parciales, victorias que incluso son dentro de este sistema. Para mí lograr la condena de los represores que actuaron durante la dictadura militar no resuelve el problema de la impunidad. Pero con esta lucha demostramos que ellos no son omnipotentes, que es lo instalaron durante la dictadura, y se reforzó con las leyes de Punto Final y Obediencia Debida y los indultos. Parecía que ya no se podía hacer más nada, que a los poderosos no tenés cómo tocarlos. Hubo quienes en 2003 plantearon: "Claro, ahora se los puede juzgar porque son unos viejitos que no joden a nadie". Yo creo que ni desde la perspectiva material concreta ni desde la perspectiva simbólica hay que devaluar esta victoria. Una, que no son “viejitos”. Y en todo caso no me importa la edad de Etchecolatz, por poner un referente simbólico que muestra que sí les importa a los poderosos que llegue la sanción jurídica, porque vemos la respuesta...

-¿Por lo de Julio López?

Por lo de Julio López y por la infinidad de cosas que han venido pasando a lo largo de los años. Porque la desaparición de Julio es hoy lo más extremo. Pero no lo primero: en este país hubo sublevaciones militares para que no los castigarán ni los juzgaran, en los años 87, 88 y 90.

En esta lógica de victoria/derrota, Graciela vuelve a moderar el entusiasmo:

También hay que decir que no todas las luchas justas culminan en victorias. No hay garantías. Pero también digo que para alcanzar victorias hay que pelear. Si se hubiera bajado los brazos en los 90, con la última camada de indultos, no estaríamos donde estamos hoy. Y hay situaciones más nuevas. Si los familiares de los pibes de Budge se hubieran quedado en su casa en vez de organizarse, hoy no se habría llevado a juicio u condenado a tantos policías que mataron chicos con el gatillo fácil. Ahora, eso tampoco significa que haya terminado el accionar criminal de la policía que mata a los pibes ni su impunidad.
Tampoco quiero decir que yo misma haya tenido siempre una línea continua de participación, de compromiso, siempre adelante. Entre el 70 y el 73 por ejemplo dejé de militar por cuestiones personales. Entonces tampoco todo es lineal y estático.

-Así parece ser la vida real.

Yo volví en 1984 al país y no sabía dónde meterme. Me había autoformado en una concepción de lucha, y de hecho no he vuelto a tener una pertenencia político partidaria después de Montoneros. Reconozco mi identidad histórica como militante del peronismo revolucionario, pero en los 80 decía: "soy una peronista desencantada" y ya con el menemismo dije: "identidad política en transición". ¿Hacia dónde? Seguro que hacia lo que genéricamente puedo nombrar como socialismo, pero sin ubicación partidaria.

-¿Y cómo se vence el miedo?

Pensando que esto no es algo que se dirime entre familiares, organismos de derechos humanos, abogados, fiscales sobrevivientes y represores. Esto se dirime en el terreno de la lucha popular que tiene una expresión en el campo jurídico. Por eso creo que es alentador que haya tantos a los que les interese saber qué está pasando con los juicios. Siento que son muchos más que en etapas pasadas.

-¿En qué se nota?

En que se entiende cada vez mejor que la historia no empezó el 24 de marzo de 1976, sino que hubo un proceso político del pueblo en el cual la dictadura no fue lo único. Hubo muchas etapas diferentes. Cuando volví del exilio en 1984 yo decía que esta era una sociedad que se había quedado sin preguntas. Pienso que recién en los 90 se empezó a recuperar la capacidad de preguntarse, de cuestionar, y coincide con la etapa en que aparece H.I.J.O.S (la organización que reúne a hijos de desaparecidos). Ahí estaban los hijos de la generación de los 70, empezando a preguntarse cosas.

- ¿Cuál es la sensación de encontrar a compañeros y militantes que ahora son funcionarios estatales?

Hay muchos que siguen siendo compañeros míos, con los cuales tengo profundas diferencias políticas pero no son antagónicas. Situación muy diferente a la de los que se subieron al carro menemista en su momento, que los hubo y con los que rompí. Hay algunos que están por cuestiones personales que no comparto, pero otros están porque realmente piensan que pueden hacer algo. Hay ámbitos en los cuales he charlado con algunos y les he dicho: "mirá hermano lo concreto es que no estas pudiendo hacer nada". Y otros sí están pudiendo hacer cosas, y no están por el cargo, ni el sueldo, sino por un compromiso. Y hay fuerzas políticas que apoyan a este gobierno porque caracterizan que ésta es una etapa de acumulación y construcción de poder popular para después avanzar y dar el salto hacia otras instancias. Qué sé yo: por ahí es una visión que puede estar emparentada a lo que era una visión nuestra en los 70. En la ancha vereda de la patria peronista no todo el peronismo era revolucionario. Ahora para algunos existiría la misma lógica. Lo que me preocupa es pensar que esas fuerzas políticas en lugar de construir desde esa lógica: "estamos acá pero para ir más allá" y para forzar los límites, lo que hacen es acompañar al oficialismo. Eso es dejar que el ritmo te lo marque el Ejecutivo, la superestructura, y no que tu función sea la de actuar como agentes críticos. No digo que tenés que estar con el dedito señalando qué está bien y qué está mal, sino la crítica en tanto concepción más marxista, de comprender la realidad, entenderla en todos sus matices y forzar su modificación, no mantenerla como está.

-Hay más de uno que apuesta a eso, como en las fotos: que nadie se mueva y todos sonrían.

Hay fuerzas políticas en el ámbito del oficialismo que todo lo ven según lo que dice Kirchner, amén y se acabó. Otras plantean ir más allá, pero no sé si lo están haciendo. Reconozco que no es fácil. El aparato, la burocracia, el Estado como institución es un elefante tremendo. El Estado tiene una lógica hasta en los formularios más elementales, una lógica que apunta a paralizar. Es muy difícil estar ahí adentro y más cuando hay contradicciones antagónicas. Aun pensando en la gente más potable de este gobierno, los que quieren hacer algo más... se quedan solos.

-Pero hoy estar a la defensiva por parte de los funcionarios es exhibir laureles pasados para evitar la discusión. ¿Cómo tomar eso desde el punto de vista de los derechos humanos?

Creo que la política económica de este gobierno no tiene como eje atender lo central, que es la vida concreta de nuestro pueblo. No estoy planteando que espero que este gobierno haga la reforma agraria -ojalá lo hiciera-, pero los pobres, los más castigados por el neoliberalismo, no están ni siquiera en el discurso oficial, no están en lo simbólico y tampoco en la política concreta. Creo que ésa es una diferencia con el proceso de Evo Morales en Bolivia, y del propio Chávez. Lo que me pasa actualmente, es que yo también me hago preguntas, escucho atentamente, y trato de no hacer sentencias apuradas, como tal vez las hice en otros momentos. Y desde preguntas observo organizaciones populares, que se dicen kirchneristas, que consideran que algo ha cambiado. Eso para mí no alcanza, pero no descalifico de plano.


AR