martes, 4 de noviembre de 2008

ENTONCES, PENSÉ: NUNCA HE VISTO UN HOMBRE MÁS VIVO QUE ÉSTE

No era lejos. En menos de cinco minutos estábamos allí. Antonio, a toda vista urgido, abrió la puerta y se bajo con la renoleta todavía en movimiento. Giró levemente, me miro y me hizo un vago gesto con su mano derecha. Y dijo “te veo adentro”. La renoleta se detuvo y yo también bajé. Un compañero me dijo “seguime”. Y así entré en la casa de los mecánicos. Así entré en la casa de la calle 27 de abril. Todo tenía para mí el esplendor de lo inesperado, de lo nuevo. El corazón me latía con mucha fuerza, sus golpes eran incesantes. Abruptamente pensé: son los de un timbal que anuncia grandes sucesos. Allí, en esa casa, en la casa de los mecánicos, en la casa de la calle 27 de abril, estaba Rene Rufino Salamanca. Y con él, que duda podía caber, estaba John William Cooke. Allí estaba la historia. Entré.
Cuando por fin encontré un lugar en la mesa advertí que me hallaba lejos de Salamanca, lejos de Cooke. No obstante, podía, con algún esfuerzo, escucharlos. Los compañeros habían traído vino de damajuana y empanadas. Cooke comía y hablaba a la vez. Y las dos cosas abundantemente. Pasaba con él eso que pasa con los gordos; se los ve más gordos cuando comen. Pero la gordura de Cooke no era la de cualquier gordo. Era la de Cooke. Quiero decir; simbolizaba todo cuanto había en él de exuberante, de desmesurado. Lo engordaban sus ideas, sus convicciones incontenibles, sus pasiones. Ahora, un hilo de aceite denso, amarillento, se deslizaba desde sus labios hasta perderse entre su barba. Entonces, recuerdo, pensé; nunca he visto a un hombre más vivo que éste.
Algunas frases me llegaban, no todas, pero, creo, las suficientes. Salamanca le decía gordo a Cooke, como le decían sus amigos y también como, entre ellos, le decían los militantes. Cooke le decía Salamanca a Salamanca, no le decía Rene ni Rufino, le decía Salamanca. Y, con frecuencia, los dos se decían compañeros. Sin embargo, pese a que Salamanca le decía gordo a Cooke y pese a que Cooke le decía Salamanca a Salamanca, era Cooke quien más hablaba, era Cooke quien bajaba línea, era Cooke quien parecía tratar, digamos, paternalmente a Salamanca. Y no era casual; Cooke tenía una basta historia a sus espaldas. Había sido diputado bajo el gobierno de Perón, había sido interventor del partido justicialista en el tórrido mes de junio de 1955, cuando el gobierno peronista era despedazado por la reacción oligarquía, había sido representante de Perón durante los primeros años de exilio del general, había tramado el pacto Perón – Frondizi, había estado en cuba, con Fidel, había sido amigo del che, y ahora estaba aquí, en la calle 27 de abril, en la casa de los mecánico, y hablaba con Rene Rufino Salamanca, y comía empanadas, se bebía ese vino oscuro de damajuana, y exudaba vida.
Y entonces Salamanca, como si anunciara la más meditada de sus frases, el más hondo de sus cuestionamientos, le sirvió a Cooke un abundoso vaso de vino, tan abundoso que dejó vacía la damajuana, y que hizo de esta damajuana vacía un símbolo; el de una conversación que llega a sus instantes culminantes, finales, que agota sus alcohol, que extrema, su fuego consumiéndolo, su fuego. “Mira gordo”, dijo Salamanca, “el problema es éste; los obreros son peronistas, pero el peronismo no es obrero”. Luego de lo cual, es decir una vez oída esta frase, Cooke se llevó a los labios el abundoso vaso de vino que Salamanca le había servido y se lo bebió hasta más allá de la mitad. El silencio, según suele decirse, podía cortarse de un tajo, allí, en la casa de los mecánicos, en la calle 27 de abril, tanta era nuestra expectación. Cooke apoyó con fuerza el vaso de vino sobre la amplia mesa y le echó una mirada rápida al flaco Marimón, como si dijera; “¿durante cuánto tiempo te pensaste esta frase pibe?”. Y por fin dijo, mirándolo a Salamanca dijo; “si el peronismo fuera obrero como los obreros son peronistas, la revolución la haríamos mañana mismo.” “Y si, claro”; dijo Salamanca. Y apoyo un codo sobre la mesa y también apoyó su rostro sobre su mano derecha. Así, se acaricio reflexivamente una barba hirsuta que le había crecido durante el día. Entonces dijo; “tenemos que conducir a la clase obrera al encuentro con su propia ideología, compañero. Que no es el peronismo”. “Estas equivocado” dijo Cooke con una convicción casi tangible.”Eso es ponerse afuera de los obreros. Eso es hacer vanguardismo ideológico, Salamanca. Recordá que decía El barbeta Lenin; hay que partir del estado de conciencia de las masas.
“La identidad política de los obreros argentinos es el peronismo y no estar ahí es estar afuera”. “Bueno, compañero”, dijo Salamanca, “entonces nosotros estamos afuera. Afuera del peronismo y sobre todo afuera de la conducción de Perón”. Cooke sonrió entre alegre y sarcástico. Agarró el vaso de vino, que ya no era abundoso, pues según he dicho, se lo había bebido hasta más allá de la mitad, se lo llevo a los labios y ahora se lo bebió hasta la última gota. Otra vez lo apoyo con fuerza sobre la mesa y dijo; “No hay caso entre ustedes y Perón “eh” como les jode, che, “Bonapartista, Nacionalista burgués. O si no, lo peor Fascista. Si ya sé. Vos no le decís fascista, Salamanca. Sos más sutil que eso”, lo señalo al flaco Marimón y añadió: tu asesor también, lo de fascista se lo dejan a la derecha. Al diario de los Mitre. Ustedes son diferentes no dicen fascista. Pero dicen lo que ya dije. Distintas formas de decir la misma cosa, Salamanca. Que Perón no representa los verdaderos intereses de la clase obrera. Que la clase obrera argentina tiene un líder y una ideología burguesa. “Bueno, mirá, escúchame bien”. Entonces Cooke dijo; “Me cago en Perón, Salamanca”. Agarro de nuevo su vaso, lo golpeo contra la mesa dos o tres veces y dijo; más vino aquí, miro fijamente a Salamanca y dijo, “No se si he sido claro, compañero”. Salamanca se adueñó de la damajuana y se sirvió vino. No bebió, pero lanzo una risa inesperada y sonora, todos reímos con él. Salamanca dijo; “nosotros también gordo, nos cagamos en Perón”. Y luego, cuando se hubieron sosegados nuestras risas, añadió, “parece que estamos más de acuerdo de lo que creíamos”, lo cual no fue aceptado por Cooke, ya que dijo; “No compañero. No estamos de acuerdo. Porque ustedes se cagan en Perón de una manera y yo y los peronistas como yo de otra. Porque, para ustedes compañeros cagarse en Perón es quedarse afuera. Afuera de Perón y de la identidad política del proletariado. Mientras que para nosotros, cagarnos en Perón, es rechazar la obsecuencia y la adulonería de los burócratas del peronismo. Para nosotros, Salamanca, para mí y los peronistas revolucionarios, cagarnos en Perón es crearles hechos políticos a Perón, aun al margen de su voluntad o del que sea su propio proyecto. Para nosotros, Salamanca, para mí y para los peronistas como yo, para los peronistas revolucionarios, cagarnos en Perón es creer y saber que el peronismo es más que Perón. Y cuando Cooke hubo dicho esto, el silencio, allí, en la casa de los mecánicos, otra vez, podía cortarse de un tajo. Y entonces Salamanca tajeó el silencio porque dijo; “Mira, gordo, aunque vos te cagues en Perón de una manera y nosotros de otra, yo sé que estamos en la misma trinchera”. Hizo una breve pausa y añadió; “En el mismo lado de la lucha, compañero”. Entonces alguien tajeó definitivamente el silencio y gritó; ¡viva el compañero Cooke! Y otro gritó ¡viva el peronismo revolucionario! El negro Rufino que no era salamanca, se trepo a una silla, elevo su brazo, cerro su puño, lo hizo girar vertiginosamente y con toda su alma gritó ¡viva Perón, carajo!

Extracto de la novela “la astucia de la razón” de JOSE PABLO FEINMANN