lunes, 13 de septiembre de 2010

Cuestión de estilo... monopólico

Para la vara de medir de Fontevecchia, prestada por Proust, Magnetto no puede ser tomado como alguien dañino al bien público ya que la conducta del CEO del Grupo Clarín no altera el prejuicio estético del director de Perfil.

El estilo es sólo un conglomerado de manifestaciones de la estética, la gestualidad y la cinética de la persona, pero nunca la persona. De manera que el Jorge Fontevecchia nos hace equivocar de la mano de Marcel Proust a la hora de colocar la lente sobre la persona pública de Héctor Magnetto, para repetir el error sobre la evaluación de Guillermo Moreno, también como persona pública. Quiero decir con esto que con la mirada puesta en el estilo no se mejoran ni desmejoran los actos que las personas ejercen: sólo se ofrece una oportunidad, a quien quiera ser injusto, para disimular su voluntad de injusticia. Así, para Fontevecchia, Moreno daña al país por una razón de estilo, mientras que Magnetto no puede ser tomado (en virtud de la vara de medir de Fontevecchia, prestada por Proust) como alguien dañino al bien público ya que la conducta del CEO del Grupo Clarín no altera el prejuicio estético del director de Perfil.

Repasemos: haber entorpecido la labor de la Justicia en la averiguación de la identidad de los hijos de Herrera de Noble, adoptados cuanto menos de manera irregular, es sólo un “error” salvado seguramente por esta cuestión del estilo. Desarrollar prácticas monopólicas, aprietes, acorralamientos de mercado y “aprovechar su posición dominante” nada más ni nada menos que en el “mercado” de la comunicación (que es la versión economicista de lo que los países democráticos llaman sistema mediático) no nos dice, según Fontevecchia, que Magnetto haya intentado controlar la opinión pública argentina, pretensión que se le arroga a nuestro gobierno con tanta abundancia de infundios como de falta de estilo. Haber sido señalado por Lidia Papaleo como la persona que más la atemorizaba –más aún que los propios dictadores– en la “negociación” bajo secuestro y tortura de Papel Prensa no convierte a Magnetto en un monstruo demoníaco para la mirada proustiana de Fontevecchia.

En cambio, Guillermo Moreno, por cuestiones supuestamente de estilo, de prejuicio estético –más que de juicio ético–, hace que el ejercicio de sus funciones públicas en defensa de los intereses de la Nación le parezca al dueño de Perfil una acción canallesca. Claro es que lo de Moreno, muy por el contrario, no es el resultado de ningún estilo, sino la reacción de repugnancia que le produce a cualquier persona honesta ver el manejo discrecional y abusivo que los gerentes de los grandes medios hacen nada más y nada menos que con la materia prima de la producción de diarios en el país, asunto que, por anormal y enojoso, debería escandalizar a quienes se sientan genuinos defensores de la libertad de prensa.

Los argentinos tenemos que tomar prueba de estas situaciones vergonzantes para saber diferenciar a los que defienden la libertad de prensa de los que defienden la libertad de “su prensa”, poniendo la ventaja de la empresa por encima del derecho ciudadano. En el episodio que tanto consterna a Fontevecchia –el “¡Acá no se vota!”–, Guillermo Moreno defendió para todos los argentinos el rol de la comisión fiscalizadora de la empresa Papel Prensa por parte del Estado que los representantes de Clarín y La Nación pretendían arrebatarle por encima del propio estatuto interno. El objetivo era el de clausurar para siempre la mirada pública sobre los manejos turbios de los directores privados de la empresa. Gracias a Moreno no lo lograron. Dirán como dicen que el secretario de Comercio es “polémico”, pero jamás han podido discutir con argumentos sólidos la acción del funcionario. Justamente, por no poder discutir los argumentos, intentan demonizar a la persona por esas cuestiones de estilo.

En todos los casos hablo, como se advierte, de las personas públicas, que es lo que importa, y que se descubren a fuerza de sólo atender a los actos públicos. Esos actos, que no se humanizan ni se deshumanizan apelando a la piedad ni a la simpatía, cobran peso especial en el juicio de la historia. La ancianidad de los represores apena, pero no por tener que enfrentar el castigo a sus años, sino por el hecho de que hayan llegado a ancianos eludiendo la acción de la Justicia. Sus atrocidades irreparables cometidas como actos públicos de la política del terror no se atemperan en el juicio por la propia naturaleza de sus delitos.

Dice el director de Perfil que sólo comparte con Clarín “la tensión de la competencia”, y a este solo declarar, declara compartir mucho más. Por ejemplo la convicción de que el espacio mediático es un lugar de disputa por ocupación y no un lugar de batalla por la prevalencia de las opiniones. Dicho de otro modo, un lugar en donde la lucha no es por sostener ideas sino por “concentrar” los mecanismos que sean capaces de imponer ideas, cualesquiera que sean, y aun distintas y opuestas según la ocasión. Es decir una lucha por controlar a la opinión pública. Y está claro entonces que a Fontevecchia y a Magnetto los une esa misma vocación: aun cuando puedan reconocerse diferencias de estilo se puede advertir este deseo de sustitución.

En 1991, en una reunión convocada por el rector de la Universidad de Belgrano, Avelino Porto, Magnetto adelantó el interés que movía al Grupo: disputarle la mediación a la política. Es la marca registrada del paradigma del monopolio, porque sin monopolio no hay posibilidad de triunfar en esa disputa. La idea tiñó a todos, y a toda una época, de una manera tan furibunda que muchos creen hoy, Fontevecchia entre ellos, que no hay vida después del monopolio.

El cambio de paradigma que trae la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner es copernicano, y eso genera desconcierto, y el desconcierto provoca extrañas reacciones. Es cierto que Perfil sufrió el trato desventajoso de la empresa proveedora de papel de diario que maneja el Grupo, pero ante la transformación que se avecina en el sistema mediático con pluralidad y diversidad se le ocurre a Fontevecchia un marco mucho más peligroso.

“Los políticos lo quieren todo”, acaba de decir en una entrevista. En realidad se trata de la política recuperando el rol que le fuera arrebatado a fuerza de las presiones extorsivas de los constructores de prestigios. “Todo” en este caso es sólo aquello que perdieran a manos de los grupos con posiciones dominantes hegemónicas.

El resto es el periodismo genuino, honesto y democrático que estuvo a punto de desaparecer por la acción de los que pretenden condicionar a la opinión pública con prácticas concentradoras de empresas que atentan contra la libertad de expresión.

GABRIEL MARIOTTO

*Presidente de la Autoridad Federal de Servicios de Comunicación Audiovisual (AFSCA). Es licenciado en Periodismo y en Comunicación Social. Desde junio de 2003, a comienzos del mandato de Néstor Kirchner, se desempeñó como subsecretario de la Secretaría de Medios de Comunicación de la Jefatura de Gabinete de Ministros. Fue reconfirmado en ese cargo por Cristina Fernández.

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