lunes, 6 de octubre de 2008

Integración cultural y globalización

Bien sabemos hoy que el estado ha dejado de ser soberano, sobre todo en el mundo llamado periférico. Y no tanto ya por imposiciones de otros estados, sino por las corporaciones transnacionales que operan en su territorio y los organismos internacionales de crédito, con los que ha contraído agobiantes compromisos. Es tan alto su grado de dependencia, que esta prácticamente incapacitado para atender en forma prioritaria los intereses más legítimos y las necesidades más urgentes de sus ciudadanos, lo que son cada vez más expoliados por un sistema de creciente perversidad, que excluye a las grandes mayorías de los mismos sueños de consumo y bienestar que tanto se propician por medio de la publicidad y otras vías. Ese viejo estado al que confiamos la salud, la educación, la cultura la seguridad social, y física de los ciudadanos, se ha convertido en un aparato casi inútil, hasta corrupto y asesino, que remata sin remordimiento de conciencia un patrimonio obtenido por el esfuerzo de varias generaciones y se endeuda de un modo inrresponsable,con tal de atraer o no sobresaltar a los temerosos capitales financieros que vuelan como golondrinas en primavera buscando un sitio donde anidar algunos meses, en vez de privilegiar a los pequeños productores que en países como argentina contratan alrededor del 90% de la mano de obra.
Hoy para cumplir malamente las funciones que le encomendó, el estado tiene que buscar auspicio, hasta los letreros que designan el nombre de las calles son colocados por las empresas multinacionales, las que pagan así con estos gestos humillantes, por lo ostensibles, las cuantiosas prebendas recibidas.
Dicho afán de cumplir a rajatabla con los crecientes compromisos con el exterior y de pagar el costo de los onerosos modelos y tecnología que se importan, nos ha sumido en una descivilización que se nos presenta no obstante como civilizatoria y racional, y que se ha convertido a los shopping center en las ágoras de la época, donde una clase política sin ideas ni causas reales juegan a tenerlas, mientras brinda, con el beneplácito de los “intelectuales” de la pantalla chica y el patrocinio de los grupos monopólicos, por el tan ansiado fin de la historia y de las utopías.
Por cierto, no empaña esta fiesta, la destrucción sistemática de las economías regionales, la creciente recesión que produce el ajuste perpetuo y la desocupación estructural, que sumerge en la mendicidad y el nihilismo a un considerable sector de la población. ¿Cómo hablarle de cultura y de futuro a quien se ve privado del derecho del trabajo y a tener con que alimentar a sus hijos?

ADOLFO COLOMBRES, América como civilización emergente

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